La República Popular China es un régimen de partido único, de inspiración soviética-comunista pero con un funcioamiento del sistema productivo lleno de aspectos más propios del capitalismo dependiendo de las regiones. Aunque se permite el enriquecimiento personal, la iniciativa privada y en individualismo económico; sin embargo se han creado grandes corporaciones estatales que son lanzadas a la competencia internacional, además de que se dispone de una gran banca estatal que contiene algunos de los diez mayores bancos del mundo y que presta a las empresas chinas a un interés casi nulo sin plazo fijo de amortización de la deuda (Shuije Yao). Este tipo de ayudas, junto con algunas otras por parte del Estado a las empresas chinas, son el origen de la queja permanente por parte de Europa y EEUU que incluso hablan de que las empresas chinas venden sus productos por debajo de su coste (dumping) como método de penetración en los mercados occidentales.
El modelo chino se enfrenta ahora al modelo de los países capitalistas que durante décadas han desmantelado las propiedades estatales para convertirlas en empresas privadas manteniendo la idea de que el libre mercado traería no sólo empresas más eficientes sino además sociedades más justas, dinámicas y ricas. El ideal comunista de la abolición de la propiedad privada de los medios de producción, que se intentaba convertir en realidad en la Unión Soviética, colapsó a partir de 1990. La confrontación entre capitalismo y comunismo siempre llevó aparejada la cuestión de los derechos humanos. El modelo capitalista enarbolaba la bandera de la libertad, encarnada en los derechos individuales, de tal manera que el individuo y su libertad consustancial serían el motor de la actividad económica privada; el cual, a su vez, se presumía como la fuente de riqueza social. En el otro lado, el comunismo ponía de relieve el interés colectivo especialmente del proletariado ("Libertad, ¿para qué?"), de modo que determinados derechos individuales quedarían sometidos a aquel interés.
Esta tensión entre lo individual y lo colectivo está presente en la actual confrontación entre el mundo capitalista y el comunismo de China, aunque no de manera tan virulenta en lo ideológico puesto que se ha producido la "sustitución de la geopolítica del siglo XX por la geoeconomía del XXI: de las guerras calientes y frías entre Estados por las guerras comerciales, monetarias y económicas" (Bassets). China está ganando la partida claramente a una Europa, otrora próspera y orgullosa de su concepción universalista de los derechos humanos, que ahora puede mirar a otro lado precisamente porque en la guerra comercial lleva la peor parte (Araújo y Cardenal).
El modelo chino se enfrenta ahora al modelo de los países capitalistas que durante décadas han desmantelado las propiedades estatales para convertirlas en empresas privadas manteniendo la idea de que el libre mercado traería no sólo empresas más eficientes sino además sociedades más justas, dinámicas y ricas. El ideal comunista de la abolición de la propiedad privada de los medios de producción, que se intentaba convertir en realidad en la Unión Soviética, colapsó a partir de 1990. La confrontación entre capitalismo y comunismo siempre llevó aparejada la cuestión de los derechos humanos. El modelo capitalista enarbolaba la bandera de la libertad, encarnada en los derechos individuales, de tal manera que el individuo y su libertad consustancial serían el motor de la actividad económica privada; el cual, a su vez, se presumía como la fuente de riqueza social. En el otro lado, el comunismo ponía de relieve el interés colectivo especialmente del proletariado ("Libertad, ¿para qué?"), de modo que determinados derechos individuales quedarían sometidos a aquel interés.
Esta tensión entre lo individual y lo colectivo está presente en la actual confrontación entre el mundo capitalista y el comunismo de China, aunque no de manera tan virulenta en lo ideológico puesto que se ha producido la "sustitución de la geopolítica del siglo XX por la geoeconomía del XXI: de las guerras calientes y frías entre Estados por las guerras comerciales, monetarias y económicas" (Bassets). China está ganando la partida claramente a una Europa, otrora próspera y orgullosa de su concepción universalista de los derechos humanos, que ahora puede mirar a otro lado precisamente porque en la guerra comercial lleva la peor parte (Araújo y Cardenal).
La cuestión ahora es saber hasta qué punto la guerra comercial comportará cambios ideológicos y en qué sentido.