- Presentamos el siguiente resumen/traducción del artículo de Wolfgang Uchatius titulado "Ellos tienen las deudas, nosotros el beneficio".
Trescientas personas se sientan en la sala de congresos de Saarbrücken ante una resplandeciente imagen de varios metros de altura que muestra una mujer de cabello corto entre niños contentos. La imagen contiene una frase concisa. La gente en la sala mira a la mujer, mira a los niños. Leen la frase y dan su aprobación entre murmullos. Les gusta la frase.
Son miembros de la CDU de Saarland [Sarre], la mayoría representantes de sus agrupaciones locales, que se han reunido ese 6 de febrero de 2012. Están aquí para concebir nuevas esperanzas, a pocas semanas de las elecciones regionales. La presidenta (CDU) Annegret Kramp-Karrenbauer es la mujer de la imagen y va por detrás en las encuestas.
Por eso la central del partido ha lanzado una nueva campaña, de la que forma parte la frase de la imagen. En los días siguientes la frase de la imagen lucirá en los carteles electorales de Saarland. Kramp-Karrenbauer hablará en las tribunas, cámaras de televisión y micrófonos de radio.
La frase dice: "Quiero un futuro sin deudas."
Ocho semanas después Annegret Kramp-Karrenbauer gana la elección con sorprendente ventaja. La campaña electoral termina en ese momento, pero la frase de la deuda se extiende meses más allá con ciertas modificaciones. La adoptan para sí el candidato de la CDU en Schleswig-Holstein, la agrupación de jóvenes de la Unión en Berlín, el grupo parlamentario del FDP en el Bundestag.
Todos quieren un futuro sin deudas.
Es posible que la frase cuelge de muros y columnas durante el próximo año para las elecciones generales. Los carteles electorales son siempre un espejo de los deseos de la gente. Nunca se han tenido deudas a gusto, pero la palabra no ha sonado nunca tan amenazante como ahora que las deudas de griegos, españoles e italianos amenazan nuestro bienestar y el miedo ante la bancarrota pende sobre todos como en su día el miedo ante una guerra nuclear.
"Un futuro sin deudas." Uno lee eso y piensa en el propio país y en que en Alemania no puede pasar lo de Grecia, dónde la semana pasada volaron granadas y cóctels-molotov. Piensa en su pequeño bienestar, por ejemplo en el coche nuevo, y en que uno se lo ha trabajado y no lo ha conseguido de fiado.
En el Leopard 2 no piensa uno.
El Leopard 2 es un tanque fabricado por la empresa alemana Krauss-Maffei Wegmann. Puede atravesar ríos de hasta una profundidad de 4 metros y alcanzar setenta kilómetros por hora de velocidad. Además de que dispara y se le considera el mejor tanque del mundo.
Hace cuatro años Kraus-Maffei Wegmann vendió 170 ejemplares del tanque Leopard a un país socio europeo y ganó 1.700 millones de euros, que es una vez y media lo que la empresa gana normalmente en un año.
El comprador fue Grecia. En ese momento estaba claro que los griegos financiarían los Leopard 2 mediante deuda, pero eso no le interesó a nadie. Mucho dinero corrió hacia Alemania, es lo que importaba.
Gran cantidad de dinero corrió especialmente hacia aquí [Alemania] en los pasados años no sólo desde Grecia, sino también desde Italia, España y Portugal. Los italianos, por ejemplo, antes del comienzo de la crisis compraron cada año unos 450.000 coches alemanes, los españoles casi 330.000, los griegos y portugueses a razón de 50.000. Casi uno de cada cuatro coches que Alemania puso en el exterior lo facturó a los actuales países en crisis. Cada uno de estos países, de los que hoy se dice que no saben manejar dinero, ha transferido mucho dinero a VW [Volkswagen], Daimler [Mercedes] y BMW.
Ese dinero no se quedó en las centrales de los consorcios centrales alemanes, sino que se difundió por las empresas proveedoras y de servicios de la industria automovilística alemana, transformándose en salarios de los trabajadores de la cadena de montaje, en sueldos de los gestores y en dividendos de los accionistas alemanes.
Algunos ciudadanos alemanes podrían haber pagado su alquiler, o su viaje de vacaciones, o su nuevo smartphone, sin saberlo, con el dinero procedente del sur. Otros quizas se han comprado un nuevo coche.
Hace un par de semanas las agencias de noticias difundieron la siguiente información: Los alemanes compran los coches más grandes que nunca. Los garages subterráneos y empresas propietarias de aparcamientos tienen dificultades puesto que tienen pocas plazas para los todo-terreno y vans-familiares.
Por el contrario en Alemania hay más puestos de trabajo que nunca antes. El boom de la exportación ha generado un segundo pequeño milagro económico. Se puede decir que ha sucedido lo que habían prometido hace años los partidos políticos.
"Más crecimiento, más trabajo", rezaba un cartel electoral del CDU para la campaña federal de 2005.
"Trabajo, trabajo, trabajo", decía el SPD.
"Jobs, jobs, jobs", imprimieron los Verdes.
"Lo que crea el trabajo es también social", se decía en el FDP.
Pero si el trabajo se creaba mediante el dinero proveniente del sur de Europa, ¿qué pasa entonces, si griegos, españoles, italianos y portugueses comienzan ahora a ahorrar y a pagar sus viejas deudas en lugar de contraer nuevas deudas?
¿Y qué pasa con los americanos, franceses y británicos, que en los pasados años han acumulado enormes deudas para comprar productos alemanes? ¿Qué pasa si ahora empiezan a ahorrar?
Eso sería un futuro sin deudas. Pero también sería un futuro lleno de coches alemanes que se quedarían sin vender en las fábricas alemanas. Sería un futuro con fábricas alemanas que despiden a gente. Sería un futuro con niños alemanes que sin duda no tendrían que ocuparse del atraso de media europa, pero que tendrían que financiar a sus necesitados padres que no tendrían ni trabajo ni pensión.
El requerimiento de menores deudas y el deseo de más puestos de trabajos no parecen cuadrar bien juntos. En cualquier caso, bien mirado, no enseguida, ni a primera vista parece haber una salida. Pero la Canciller cree conocerla.
El 3 de abril de este año Angela Merkel estuvo ante el atril de oradores de la Facultad de Derecho de la Karls-Universidad en Praga. Aquí, donde hace 664 años adquirían el saber mundial los entonces germanoparlantes estudiantes, hablaría sobre el tema de "La futura configuración de Europa."
Merkel habló acerca del socialismo, que había vivido en su propia carne y que felizmente había sido superado. Habló de los ideales europeos, de paz, libertad, justicia; y después se dirigió a la crisis de deuda.
Dijo: "Desearía que consideráramos esta crisis como una oportunidad." Dijo: "Naturalmente se trata de crecimiento, pero no crecimiento de fiado" [NT. Traducimos "auf Pump" por "de fiado", podría haber optado por "de prestado", pero para no perder los matices no hay que olvidar que en alemán "auf Pump leben" viene a significar algo así como "vivir de sablazos", a los demás, claro].
No está claro en ese momento si la frase de Merkel se debe entender como advertencia a los sudeuropeos o si es consciente de que también la economía alemana ha crecido de fiado, sólo que no han sido los alemanes los que han tomado el dinero prestado.
Lo que es seguro es que se extrae una conclusión tan simple como convincente: Si lo fiado es malo, pero el crecimiento es bueno, entonces necesitamos un crecimiento futuro sin lo fiado. Por tanto, un futuro sin deudas, pero con puestos de trabajo.
Después Merkel ha venido pronunciando a menudo un discurso semejante especialmente en el Bundestag. Ha omitido el pasaje sobre el socialismo, y se ha centrado más en su punto de vista sobre el tema del crecimiento económico. Ha encontrado una palabra para ello, la idea de "crecimiento sostenible".
La expresión proviene del debate medioambiental. Crecimiento sostenible fue originalmente el incremento del bienestar en los tiempos de la crisis ecológica. Hacerse ricos sin quemar petróleo ni talar bosques, eso es lo que quería significar.
Angela Merkel ha transferido el concepto a la crisis económica. El bienestar debería crecer y los puestos de trabajo deberían surgir sin que la gente contrajera deudas. Esto es lo que la Canciller entiende por crecimiento sostenible. "Sólidas finanzas son una condición básica para ello", dijo Merkel en la entrevista de un diario.
Cuando los proteccionistas de la naturaleza hablan de crecimiento sostenible, hablan de ciencia ficción. Ningún país del mundo ha logrado hacerse rico sin quemar gas, petróleo o carbón. No hay aumento de propiedades sin crisis ecológica. Aumento de propiedades sin que haya una crisis económica es algo que acontece en el mundo a menudo. Por ejemplo en la Alemania occidental de la postguerra, especialmente en aquella zona austera en la que el aire es siempre un par de grados más frío que en el resto del país.
Allí arriba del monte en Schwäbische Alb [montes suevos] las mujeres arrastraba sus carros de mano tras la guerra hasta las miserables huertas. Los hombres buscaban trabajo en cualquier sitio y la familia estaba contenta si por la noche había en el plato un par de remolachas.
Un par de décadas más tarde los asados y las Maultaschen [sabrosos raviolis gigantes] han sustituido a las verduras. Relucientes coches aparcados a la puerta y las viviendas pagadas a plazos. El bienestar creció de manera constante y sin crisis. El milagro económico había llegado a la República.
¿Cómo sucedió? ¿Quién lo había producido?
Los alemanes y sus cualidades, naturalmente, y por delante de todas la de ser ahorradores. Los alemanes no contraen deudas, y los suevos menos que nadie.
Ese es el secreto del crecimiento económico alemán de la postguerra tal y como fue contado innumerables veces en artículos de periódicos, novelas y discursos políticos. Sonó incluso en los altavoces de las radios. En 1964 cantaba el tonadillero Ralf Bendix:
Como si con esa canción en la mente, dijo Angela Merkel 45 años más tarde - de nuevo en un discurso, esta vez en el congreso del CDU en Stuttgart -, hubiera sido más fácil evitar la gran crisis. "Simplemente con haberle preguntado al ama de casa sueva, nos habría dado un sabio consejo vital: Uno no puede vivir permanentemente por encima de sus posibilidades."
Con ello Merkel establecía una antítesis entre un temible presente lleno de quiebras y un confortable pasado sin deudas, como cuando todavía no había Euro y el marco alemán tenía un poderoso protector: el Banco Federal [central] Alemán.
En cuyos archivos precisamente se encuentran documentos que nos cuentan una historia diferente acerca del milagro económico. Nos muestran tablas, gráficos, cifras de la llamada balanza de pagos por cuenta corriente, de la que resulta cómo se parece el pasado al presente. Ya entonces una buena parte de los puestos de trabajo alemanes se derivaban de pagos provenientes del extranjero. Ya entonces los vecinos europeos compraban a gran escala productos alemanes. Ya entonces financiaban sus compras mediante deudas.
Fue muy parecido a lo de hoy. Se puede decir que entonces comenzó todo esto.
Así que también el milagro económico alemán no fue otra cosa que "crecimiento de fiado". Suena como si hubiéramos dado con un secreto. La verdad es lo contrario. Es una banalidad. Naturalmente que el crecimiento de entonces se produjo mediante deudas. Como siempre. No hay otra cosa.
Para entenderlo hay que iniciarse en un pequeño juego de ideas. Imaginemos que hubiera en Alemania una sola empresa que produce, digamos, sopa.
Supongamos que la empresa dispone de un capital inicial de 500.000 euros. Con ese dinero paga a sus trabajadores y empleados y produce sopa. Los asalariados utilizan la totalidad de salarios y sueldos en el consumo, puesto que quieren comer. Por tanto, los 500.000 euros vuelven a la empresa y el círculo económico se cierra, y no mucho después la empresa.
Por que una empresa tal no sobrevive mucho tiempo. Ingresos: 500.000, gastos: 500.000; lo que significa que no hay ganancia para el propietario y tampoco aumento de sueldo para los asalariados, por lo que no hay milagro económico. La riqueza no llega. Pobreza para todos.
Para que la economía crezca y el bienestar prospere, la empresa tiene que ingresar más dinero del que ha pagado. De los 500.000 euros que corren entre la empresa y la plantilla, tienen que salir 600.000. ¿Pero cómo puede el dinero transformarse en más dinero?
Esta es la cuestión central del capitalismo, el enigma fundamental de la economía de mercado. Ya lo escribió Carlos Marx en el segundo tomo de El Capital aparecido en 1885: "¿Cómo puede la clase capitalista retirar de la circulación constantemente 600 libras esterlinas cuando constantemente introduce sólo 500 libras esterlinas?
Pues bien, ¿cómo?
Marx se afanó mucho con la solución, pero no llegó especialmente lejos. Hasta que el economista austríaco Joseph Schumpeter dio años más tarde la respuesta y escribió en 1926 que el empresario con talento "cabalga hasta el éxito" sobre las deudas. Dicho de otro modo: Para que la economía crezca, alguien tiene que tomar un crédito.
Puede que sea por ejemplo nuestro productor de sopa u otro empresario el que quizás abre otra empresa, que produce pan, y toma prestados 100.000 euros para pagar a sus asalariados. Por tanto los consumidores alemanes tienen a su disposición 600.000 euros en total, que vuelven a las empresas. El productor de sopa ahora registra ganancias, los alemanes pueden tomar sopa con pan, la economía crece, pero no por mucho, pues el productor de pan pronto se verá amenazado por la ruina.
600.000 euros no es suficiente para que sus ingresos se levanten por encima de sus gastos. Para que la economía pueda seguir creciendo es necesario nuevo dinero. ¿De dónde puede venir?
Alguien tiene que endeudarse otra vez.
Una de nuestras dos empresas tiene que tomar un nuevo crédito, o tiene que surgir una tercera empresa.
De hecho la economía alemana creció de ese modo tras la Segunda Guerra Mundial: Las empresas tomaron dinero prestado. "La industria del país del milagro [...] está más fuertemente endeudada que la de sus competidores extranjeros", según analizaba el semanario Der Spiegel en el año 1962.
El pasado alemán fue un pasado con deudas.
Las empresas alemanas finalmente lograron saldar sus obligaciones. Sin embargo la economía siguió creciendo. También esto se puede aclarar con nuestro experimento de ideas. Si las empresas no toman ningún otro crédito, la economía sólo puede crecer si hay recambios para tomar deudas, por ejemplo los consumidores.
Si algunos de ellos toman prestado dinero para comprar más sopa y más pan, nuestras empresas registran ingresos más elevados. Pueden emplear asalariados adicionales y pagar sueldos más elevados.
De ese modo los créditos de unos impulsan hacia arriba el volumen de negocio de los otros. A los trabajadores y empleados les va mejor; enseguida pueden comer Maultaschen y asado. Pero los consumidores endeudados tienen siempre mayores obligaciones, y en algún momento resulta claro que no lograrán pagarlas, situándose ante la quiebra.
Como los griegos, los españoles y los italianos, que antes eran tan buenos clientes de las empresas alemanas.
No se pueden entender las deudas más que como las máquinas de vapor, las bombillas incasdescentes o los coches. La primera máquina de vapor fue una revolución, la primera bombilla incasdescente un milagro, el primer coche una revelación. Cada uno de esos hallazgos es hoy un símbolo del progreso y del bienestar, que vino a la humanidad en los pasados dos siglos y medio, como el telégrafo, la locomotora o el avión. En cambio las deudas son un par de cifras en un papel. Quizás esa es la razón por la que es tan poco conocido que aquellos no son posibles sin éstas: Nunca hay bienestar sin deudas.
En 1796 el escocés James Watt inventó la máquina de vapor.
En 1879 el americano Thomas Alva Edison concibió la bombilla incandescente.
En 1886 el alemán Carl Benz desarrolló el primer coche a motor.
Fueron mentes geniales cuya importancia histórica mundial sólo se puede comparar con los grandes europeos como Alejandro Magno, Federico II o Julio César, que una vez invadió la Galia.
Un momento, ¿él solo? "¿No llevaba al menos un cocinero consigo?", quería saber Bertold Brecht en su poema Preguntas de un trabajador que lee. ¿No tenía Alejandro ningún soldado que murió por él, ningún servidor, ningún mozo? ¿El viejo Fritz dirigió sus guerras él solo?
La historiografía mira más allá de la gente pequeña, eso es sobre lo que Brecht nos quiere llamar la atención. También olvida las deudas. ¿Watt inventó la máquina de vapor? Un gran resultado, pero ¿cómo consiguió producirlas en masa? ¿Edison ideó la bombilla incandescente? Un hallazgo, ¿pero de dónde vino el dinero para llevarla al mercado? ¿Benz desarrollo el coche? Un triunfo, pero ¿qué es lo que ofreció a sus clientes la posibilidad de que se les vendieran a centenares?
Las deudas.
Las deudas no son buenas. Tampoco son malas. Simplemente están ahí, por todas partes dónde se produce riqueza. Si crece el bienestar, crecen la deudas; y no hay ningún ejemplo que lo contradiga. Sin embargo el mundo moderno se comporta como si el capitalismo fuera un ser humano y la creación de deudas una excreción indeseable, algo asqueroso. Aquello sobre lo que el ama de casa sueva arruga la nariz.
La verdad es que no habría ama de casa sueva si no hubieran estado ahí las numerosas deudas. No habría ninguna ama de casa bávara, de Holstein o de Hesse. No habría siquiera ninguna ama de casa, porque ninguna mujer podría quedarse en casa en lugar de ganar dinero. En ese prehistórico pobre mundo no habría coches, frigoríficos ni lavadoras.
Habría campesinas en cualquier caso, que labrarían la tierra todo el día; y jornaleras que por su trabajo pesado tal vez recibirían un par de patatas, pero ninguna moneda ni billete.
Pues sin deudas nunca habría dinero.
En el cuarto milenio antes de Cristo los sumerios habitaban Mesopotamia en las orillas de los ríos Eufrates y Tigris, en el actual territorio de Irak. Desarrollaron la primera lengua escrita de la historia de la humanidad, y el primer sistema de dinero.
Los sumerios eran campesinos, artesanos, comerciantes. No conocían las monedas, que no aparecerían hasta unos 3.000 años después, pero sabían bien lo que era un crédito. El antropólogo americano David Graeber lo describe en su libro Deudas: Los primeros 5.000 años. Si el comerciante sumerio A quería adquirir del comerciante B una cabra, pero no tenía disponible algo a cambio, le extendía un pagaré. En caracteres cuneiformes arañaba un determinado símbolo en una tablilla de barro, que le entregaba a B.
Éste no la conservaba mucho tiempo, sino que la daba al comerciante C, del que tal vez recibía un saco de cebada. Pronto corrían las tablillas de barro en la economía sumeria como una forma temprana de billetes de banco. Se convirtieron en medio de pago. Fue el hallazgo del dinero.
Ahora bien, cada una de las históricas tablillas de dinero vino al mundo porque alguien contrajo deudas.
Visto así, el mundo no ha cambiado mucho desde los sumerios.
Cuando hoy un hombre va al banco y contrae un crédito, para comprarse un nuevo coche por ejemplo, se inscribe la cantidad en su cuenta. Resulta difícil de creer, pero el dinero no es cargado en otra parte, no se le retira a nadie. Es una promesa. Está simplemente ahí, como en la tablilla de barro sumeria, surgiendo de la nada, como si Dios lo hubiera creado de repente. Por eso los economistas hablan de creación de dinero.
El comprador del coche puede ir entonces al cajero automático y recoger billetes con los que pagar el nuevo coche. El dinero pasa al propietario del concesionario de coches, quien quizás le compra a su mujer un anillo. La señora en el joyero no sabe de quién proviene el billete que tiene en las manos, pero le da igual, porque lo seguro es que cada billete de euros existe sólo porque alguien en algún momento ha tomado prestado dinero.
Cada euro es una deuda de euros, igual que cada dólar es una deuda de dólares y cada franco suizo lo es de una deuda de francos.
A diferencia de la vieja Mesopotamia, hoy la creación de dinero es un proceso complicado, controlado por los grandes bancos emisores como el Banco Central Europeo (BCE), el Banco de Inglaterra o el americano Banco de la Reserva Federal. Ellos son los que imprimen el euro, la libra o el dólar, y los ponen a disposición de bancos comerciales como el Deutsche Bank, el Commerzbank o cajas de ahorros que entonces fluyen hasta la gente mediante el crédito.
Lo que cuenta es que contraer deuda es el acta de nacimiento de cada billerte, de cada cifra en el extracto de la cuenta. Son las deudas, las que traen el dinero al mundo.
Un futuro sin deudas sería por eso un futuro sin dinero. Quien promueve eso es tan anticapitalista como el SED [policia secreta de la antigüa Alemania oriental]. En la DDR al menos había monedas de aluminio.
En algún instante llega el momento en el que el comprador de coche quiere saldar su deuda. Transfiere el dinero más los intereses de vuelta al banco, el crédito es liquidado y el banco cancela el cobro pendiente de sus libros. Para que el capitalismo no se pare, para que la economía siga creciendo, algún otro tiene ahora que contraer deudas; el comerciante de coches quizás, que toma un crédito para aumentar su negocio, o el joyero para comprar piedras preciosas. Contínuamente tienen que introducirse nuevos deudores para cancelar viejos deudores. Sólo así el dinero sigue en circulación.
El economista austríaco y publicista Thomas Strobl, autor del libro Sin deudas nada funciona, lo formula así: "El capitalismo es una única y gran cadena de la felicidad."
También con los sumerios los créditos hicieron florecer el comercio. Y también entonces ocurrió que las obligaciones crecieron hasta un punto en el que las deudas crecían más rápido que el bienestar de modo que la cadena se rompió. Alguien, un hombre, una familia, media ciudad, quebró. Como hoy Grecia.
¿Y entonces?
Entonces llegó el gobernante ante su pueblo, lo que ocurrió por ejemplo en el año 2402 antes de Cristo, cuando el rey sumerio Emmetena hizo leer una declaración y promulgó la libertad, "Amargi".
Amargi para los deudores significa que las tablillas de barro se rompen y las obligaciones son olvidadas. El dinero vuelve a circular de nuevo y se crea un nuevo bienestar mediante nuevos créditos.
Para entender mejor el capitalismo, los hombres desde siempre tratan de dividir la economía en clases y categorías. Según las concepciones se les identifica como los codiciosos capitalistas y explotados proletarios, o también como los optimistas consumidores y dinámicos emprendedores.
Si consideramos las deudas a gran escala, tenemos otra imagen. El mundo se divide en dos partes. Arriba están las naciones ricas pero no endeudadas. Durante décadas reúnen riqueza, y durante décadas la hacen crecer con la ayuda de los créditos a otros países.
Alemania pertenece a esa High Society. Alemania como un todo no está endeudada. Si bien el Estado tiene obligaciones, los bienes de la hacienda privada son mucho mayores. El país es comparable a una familia en la que la la mujer ha prestado mucho dinero al marido. Él tiene deudas con ella, pero el bienestar de la familia como un todo no es menor. En Alemania crece el bienestar año tras año.
Abajo están los países que están endeudados por debajo de la raya. Esas familias tienen obligaciones con otras familias, entre ellas muchas que no conseguirán saldar sus deudas. Están al final de la cadena del crédito. A estos pertenecen los griegos, los españoles, los portugueses. Con sus deudas han mantenido en funcionamiento la economía europea durante décadas. Ahora son los perdedores.
Se puede comparar a estas naciones con los trabajadores baratos que en cualquier parte de Asia se ocupan de que las estanterías de las tiendas en Alemania estén llenas de iPhones y T-Shirts. El capitalismo los necesita. Sin ellos la economía no crecería. Pero ellos mismos no reciben mucho de todo ello.
Hace dos años, en las fábricas chinas de Apple, se quitaron la vida más de una docena de trabajadores. No podían más. Hace diez días unos 2.000 trabajadores mantuvieron un enfrentamiento con la policía. Parece como si hubieran alcanzado el límite de su carga.
Seres humanos que ya no soportan su vida hay también en Grecia. Antes de la crisis la tasa de suicidios allí era más baja que en cualquier otra parte de Europa. Desde entonces se ha triplicado. Las personas se arrojan desde la Acrópolis, se ahogan en el mar, se cuelgan en su vivienda. Un antigüo famacéutico escribió en su carta de despedida que no quería urgar en la basura y ser una carga para su hijo. Se disparó bajo un árbol ante el Parlamento.
Se pueden considerar estos sucesos como fantasmas dolorosos de una sociedad que finalmente tiene que aprender a ahorrar. En Alemania tal posición no es impopular.
Pero también se puede llegar a la conclusión de que Grecia ha alcanzado el límite de su carga. Es el tiempo del Amargi. La gran liberación de deudas.
Desde el principio de la crisis la propuesta está en discusión: Grecia debe declararse insolvente, declarar su bancarrota. Las obligaciones serían borradas, el país estaría libre de deudas. Políticos de la izquierda han pedido tal paso. Pero también representantes del FDP. Ambos, que tan poco en común tienen, están de acuerdo en un final para las deudas.
Borrar todas las obligaciones suena tan bonito como un nuevo comienzo. Suena como una traducción de "Un futuro sin deudas" en la política concreta. Suena como si finalmente todo sería distinto.
En realidad Amargi describe una libertad engañosa, un mirada alejada del capitalismo, en la que intereses y réditos no juegan ningún papel. Antes de que comience una nueva cadena de crédito con nuevas deudas y nuevo bienestar. Previsiblemente iría bien. Si fuera mal y las empresas griegas y el Estado griego no encontraran ningún banco, ningún inversor más, que les prestara nuevos créditos, entonces se mostraría que se necesita una nueva traducción para Amargi: Pobreza.
En vista de que ese peligro no es ninguna sorpresa, los jefes de gobierno europeos hasta ahora persiguen otro camino: ¡No borrar viejas deudas, sino tomar nuevas deudas! ¡No menos obligaciones, sino más! Ese es el camino que también la Canciller, que tan gustamente habla de crecimiento sostenible, ha seguido y del que tampoco el candidato del SPD Peer Steinbrück quiere discrepar. Se ha hablado mucho de la solidaridad de ese camino, de ideales y valores. De hecho se trata sólo de una cosa: No esperar que se forme una nueva cadena de crédito tras un corte de deudas, sino alargar las viejas con toda la fuerza. Por eso reciben los griegos un crédito de ayuda tras otro, por eso pueden los bancos comerciales europeos proveerse de nuevo dinero procedente del BCE tan fácilmente como nunca. Aquellos deberían finalmente de nuevo dar créditos a empresas, Estados, usuarios. Para que así el dinero prestado genere nuevo crecimiento.