En un artículo titulado "Ahorro ideológico" (El País, 29.11.2012), Benjamín Prado observa la creciente polarización entre ricos y pobres que se produce en algunos países del mundo, la desigualdad que menciona Stiglitz, la cual se pone de manifiesto de manera creciente en España. Dice Prado que "[...] mucha gente empieza a ver que, aunque el ajuste de cuentas del que se habla día y noche a veces tiene que ver con la economía y a veces con la ideología, resulta evidente que aquí de lo que está hablando es de dinero [...]". Propone como medida de enfrentamiento lo que denomina "ahorro ideológico", esto es, no consumir para decirle al sistema o a los poderosos algo así como que "hasta aquí habéis llegado".
Aparte de la propuesta, lo que nos resulta interesante es que se diga en el artículo que "mucha gente empieza a ver que [...] de lo que se está hablando es de dinero".
Resulta curioso que el mismo día, en el mismo periódico y en la misma sección, se publica el artículo titulado "El ataque alemán desahucia a España" (El País, 29.11.2012), en el que Manuel Ballbé y Yaiza Cabedo dicen, refiriéndose a los economistas que proclaman que la estrategia de la austeridad de Merkel es equivocada, que "siguen sin entender que se trata de una truculenta estrategia del Gobierno y la banca alemana para desvalijar al sur de Europa con el fin de tapar el enorme agujero financiero alemán". Para Ballbé y Cabedo la crisis que vive España es el resultado de un "mercado de casino" sin supervisión, en el que no existe el delito de información privilegiada, de tal modo que grandes corporaciones y gobiernos juegan con las cartas marcadas.
Aparte de la tarea de desenmascaramiento de los posibles trucos de casino y de las connivencias más o menos explícitas entre los grupos que operan en los mercados, lo que nos resulta interesante es que los autores hagan patente la idea de que, especialmente los economistas (¿para qué hablar entonces del resto de ciudadanos legos en la materia?), siguen sin darse cuenta de que en el fondo de lo que se trata es de dinero, esto es, de que vivimos en un mundo en el que prácticamente todo vale para hacerse con el dinero. Es como si los autores del artículo dijeran algo así como que pese a los economistas, nos vamos enterando de que se trata del dinero.
Se va haciendo la luz, al menos en España. Hasta ahora, casi nadie parecía enterarse, o querer enterarse, de que se trataba del dinero; casi nadie se ha preguntado en los últimos años por el coste del dinero, por el coste en dinero que tenía esto o aquello, y menos todavía por quién tenía que pagar en último extremo el dinero que aquello costaba, especialmente si el primer pagador era público. Pero hoy, y a través del indicador que constituyen los artículos que mencionamos, parece que en España se empieza a comprender que muchos asuntos y negocios tratan de dinero, de quién lo posee, de quién lo paga, de quién lo recibe... de quién lo debe.
Por cierto, y como anotación al margen dado que empezamos a preguntarnos por el dinero, hoy se ha fallado el Premio Cervantes 2012. ¿Cuesta algún dinero? ¿Hay premios que no cuestan dinero y otros que sí? ¿Hemos llegado ya a saber quién paga los dineros de este honroso premio y de otros? Al renunciar hace unas semanas al Premio Nacional de Literatura, parece que al menos Javier Marías sabe que se trata de dinero y sabe también quién lo paga, además de tener una noción precisa al respecto de la conveniencia o inconveniencia de determinados premios. Debió haber hecho sonrojar a algunos que se proclaman liberales cuando hace unas semanas decía que a él nadie le había obligado a escribir libros, por lo que no creía conveniente que el Estado le premiara por ello.
Resulta curioso que el mismo día, en el mismo periódico y en la misma sección, se publica el artículo titulado "El ataque alemán desahucia a España" (El País, 29.11.2012), en el que Manuel Ballbé y Yaiza Cabedo dicen, refiriéndose a los economistas que proclaman que la estrategia de la austeridad de Merkel es equivocada, que "siguen sin entender que se trata de una truculenta estrategia del Gobierno y la banca alemana para desvalijar al sur de Europa con el fin de tapar el enorme agujero financiero alemán". Para Ballbé y Cabedo la crisis que vive España es el resultado de un "mercado de casino" sin supervisión, en el que no existe el delito de información privilegiada, de tal modo que grandes corporaciones y gobiernos juegan con las cartas marcadas.
Aparte de la tarea de desenmascaramiento de los posibles trucos de casino y de las connivencias más o menos explícitas entre los grupos que operan en los mercados, lo que nos resulta interesante es que los autores hagan patente la idea de que, especialmente los economistas (¿para qué hablar entonces del resto de ciudadanos legos en la materia?), siguen sin darse cuenta de que en el fondo de lo que se trata es de dinero, esto es, de que vivimos en un mundo en el que prácticamente todo vale para hacerse con el dinero. Es como si los autores del artículo dijeran algo así como que pese a los economistas, nos vamos enterando de que se trata del dinero.
Se va haciendo la luz, al menos en España. Hasta ahora, casi nadie parecía enterarse, o querer enterarse, de que se trataba del dinero; casi nadie se ha preguntado en los últimos años por el coste del dinero, por el coste en dinero que tenía esto o aquello, y menos todavía por quién tenía que pagar en último extremo el dinero que aquello costaba, especialmente si el primer pagador era público. Pero hoy, y a través del indicador que constituyen los artículos que mencionamos, parece que en España se empieza a comprender que muchos asuntos y negocios tratan de dinero, de quién lo posee, de quién lo paga, de quién lo recibe... de quién lo debe.
Por cierto, y como anotación al margen dado que empezamos a preguntarnos por el dinero, hoy se ha fallado el Premio Cervantes 2012. ¿Cuesta algún dinero? ¿Hay premios que no cuestan dinero y otros que sí? ¿Hemos llegado ya a saber quién paga los dineros de este honroso premio y de otros? Al renunciar hace unas semanas al Premio Nacional de Literatura, parece que al menos Javier Marías sabe que se trata de dinero y sabe también quién lo paga, además de tener una noción precisa al respecto de la conveniencia o inconveniencia de determinados premios. Debió haber hecho sonrojar a algunos que se proclaman liberales cuando hace unas semanas decía que a él nadie le había obligado a escribir libros, por lo que no creía conveniente que el Estado le premiara por ello.