Friedrich Nietzche escribió “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral” antes de sus grandes y famosos textos de madurez (Así habló Zaratustra, Más allá del bien y del mal, etc.), probablemente durante su estancia en la cátedra de filología clásica de Basel. El texto comienza de una manera fascinante; se diría que su análisis genealógico de la noción de verdad requiere tomar conciencia de la posición del ser humano en el mundo:
Para Nietzsche la existencia de diversos lenguajes prueba que con las palabras no se llega jamás a las cosas. La “cosa en sí” es totalmente inconcebible. El lenguaje se limita a recrear las relaciones de las cosas respecto de los hombres y para ello usa las metáforas más arriesgadas. El conocimiento es no poseer más que metáforas de las cosas. El origen del lenguaje no es lógico, no procede de la esencia de las cosas, sino de las nubes.
Así, la palabra se convierte en concepto, alejándose de la experiencia singular e individualizada a la que debe su origen, para tratar de encajar con innumerables experiencias, más o menos similares pero jamás idénticas. Se olvidan las notas distintivas, como si en la naturaleza hubiera algo que fuese la “hoja” arquetípica. Hablamos de la “honestidad” como si fuera la causa de las acciones honestas. Omitimos lo individual y lo real para llegar al concepto, pero la naturaleza no conoce conceptos, sino solamente una x que es para nosotros inaccesible. La verdad, entonces, es un conjunto de metáforas en movimiento, antropomorfismos, relaciones humanas poetizadas que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes (petrificadas):
- En alguna apartada esquina del universo inundado por incontables sistemas solares centelleantes, hubo una vez un astro en el que animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue el más orgulloso y mentiroso minuto de la “Historia Universal”: pero sólo fue un minuto. Tras unos pocos alientos de la naturaleza, el astro se petrificó y los animales inteligentes murieron.
- - Cualquiera podría inventar de ese modo una fábula y todavía no habría ilustrado suficientemente cuán lastimoso, vago y fugaz, cuán inútil y arbitrario se presenta el intelecto humano dentro de la naturaleza. Hubo eternidades en las que no existía; y, cuando de nuevo todo haya terminado para él, nada habrá ocurrido. Pues no hay para el intelecto ninguna nueva misión que vaya más allá de la vida humana; sino que es humano, y sólo su poseedor y progenitor lo toma patéticamente como si los goznes del mundo giraran sobre él. Antes bien, si pudieramos entendernos con las moscas, entonces podríamos escuchar que también ellas navegan por el aire con ese Pathos y se sienten a sí mismas como el centro volador del mundo. No existe nada tan despreciable e insignificante en la naturaleza que, por un pequeño soplo de semejante energía del conocimiento, no se inflara enseguida como un globo. Y así como cualquier mozo de carga quiere tener su admirador, así también cree el más orgulloso de los seres humanos, el filósofo, que los ojos del universo desde todas partes están telescópicamente dirigidos hacia sus obras y sus pensamientos [Nietzsche, F. Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. © Traducción: Ricardo Pesado].
Para Nietzsche la existencia de diversos lenguajes prueba que con las palabras no se llega jamás a las cosas. La “cosa en sí” es totalmente inconcebible. El lenguaje se limita a recrear las relaciones de las cosas respecto de los hombres y para ello usa las metáforas más arriesgadas. El conocimiento es no poseer más que metáforas de las cosas. El origen del lenguaje no es lógico, no procede de la esencia de las cosas, sino de las nubes.
Así, la palabra se convierte en concepto, alejándose de la experiencia singular e individualizada a la que debe su origen, para tratar de encajar con innumerables experiencias, más o menos similares pero jamás idénticas. Se olvidan las notas distintivas, como si en la naturaleza hubiera algo que fuese la “hoja” arquetípica. Hablamos de la “honestidad” como si fuera la causa de las acciones honestas. Omitimos lo individual y lo real para llegar al concepto, pero la naturaleza no conoce conceptos, sino solamente una x que es para nosotros inaccesible. La verdad, entonces, es un conjunto de metáforas en movimiento, antropomorfismos, relaciones humanas poetizadas que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes (petrificadas):
- Las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son, metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y ahora ya no son consideradas como monedas sino como metal [Nietzsche, F. Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. © Traducción: Ricardo Pesado].