En la Ética a Nicómaco de Aristóteles la indignación es un virtud, y en determinadas circustancias la falta de indignación es un vicio gravemente dañino para la vida política en comunidad. El razonamiento de Aristóteles es como sigue:
Hacer algo para conseguir otra cosa hace que esa segunda cosa sea un fin mayor que el primero. Por eso hacer el bien es algo excelso, puesto que se persigue por sí mismo y no para ninguna otra cosa. Y si encima se trata del bien de la ciudad, que es mayor que el de un individuo, entonces hablamos de lo más elevado: la política. ¿Y cuál es el bien a que la política aspira? Es la felicidad, en el sentido de que vivir bien y obrar bien es lo mismo que ser feliz. Unos creen que ese ser feliz lo proporcionan bienes como el placer, la riqueza, los honores, la salud. Otros creen que hay algo que es bueno por sí mismo, y no meramente bueno para otra cosa, por lo que este bien estaría por encima de todo, siendo la causa del resto. Y esto es la felicidad ya que es algo perfecto y suficiente, el fin de los actos. Y eso es así porque la función propia del ser humano, que lo distingue de otros seres vivos, tiene que ver con lo más específicamente humano, su alma según la razón (psique), y su actividad más propia que es la de las acciones razonables, que son buenas en la medida en que se realizan bien, con excelencia, de acuerdo con la virtud adecuada a lo largo de su vida entera. "Porque una golondrina, no hace verano". La vida buena, feliz, es la vida virtuosa. La vida de los virtuosos no necesita del placer como añadidura, sino que tiene el placer en sí misma. Es obvio que necesitamos los bienes exteriores, pues no es fácil hacer el bien sin recursos, pero no dejan de ser medios para aquello. Y la virtud ética se produce en nosotros por la costumbre, por un ejercicio previo, por eso los legisladores quieren hacer buenos a los ciudadanos haciéndoles adquirir costumbres. De modo que es necesaria, desde jóvenes, una buena educación para poder complacerse y dolerse como es debido. Porque los placeres y los dolores nos pueden alejar de la virtud, que es una especie de impasibilidad y serenidad. La virtud es un hábito que nos permite ejecutar bien las acciones en las que consiste el bien, pues la virtud perfecciona. No es fácil ser virtuoso, porque la virtud es el justo medio, no un término medio matemático entre los extremos, que sería idéntico para todos, sino un término medio relativo a nosotros, que ni es demasiado ni demasiado poco, y que no es el mismo para todos. La virtud ética se da entre el exceso y el defecto. Se puede errar de muchas maneras, pero acertar, sólo de una. Es un término medio determinado por la razón de un hombre prudente, situado entre dos vicios, uno por exceso y otro por defecto. Aristóteles nos presenta casos concretos: el valor es el término medio, que está entre la cobardía y la temeridad; la templanza, que está entre la insensibilidad y el desenfreno; la generosidad, que se sitúa entre la tacañería o la mezquindad y la prodigalidad o el derroche; la magnanimidad, entre la pusilanimidad y la vanidad... Una de las últimas virtudes que cita Aristóteles es la indignación, que versa sobre la prosperidad inmerecida de algunos ciudadanos. Por un lado, la virtud de indignarse nos alejaría del vicioso extremo por defecto consistente en la malignidad, propia de aquel que ante la prosperidad inmerecida de algunos de sus semejantes no opusiera indignación; y, por otro lado, nos alejaría también del vicioso extremo por exceso consistente en la envidia, propia de aquel que ante la prosperidad inmerecida de algunos de sus congéneres sólo deseara convertirse en ellos mismos.
Puede que Aristóteles esté de moda.
Hacer algo para conseguir otra cosa hace que esa segunda cosa sea un fin mayor que el primero. Por eso hacer el bien es algo excelso, puesto que se persigue por sí mismo y no para ninguna otra cosa. Y si encima se trata del bien de la ciudad, que es mayor que el de un individuo, entonces hablamos de lo más elevado: la política. ¿Y cuál es el bien a que la política aspira? Es la felicidad, en el sentido de que vivir bien y obrar bien es lo mismo que ser feliz. Unos creen que ese ser feliz lo proporcionan bienes como el placer, la riqueza, los honores, la salud. Otros creen que hay algo que es bueno por sí mismo, y no meramente bueno para otra cosa, por lo que este bien estaría por encima de todo, siendo la causa del resto. Y esto es la felicidad ya que es algo perfecto y suficiente, el fin de los actos. Y eso es así porque la función propia del ser humano, que lo distingue de otros seres vivos, tiene que ver con lo más específicamente humano, su alma según la razón (psique), y su actividad más propia que es la de las acciones razonables, que son buenas en la medida en que se realizan bien, con excelencia, de acuerdo con la virtud adecuada a lo largo de su vida entera. "Porque una golondrina, no hace verano". La vida buena, feliz, es la vida virtuosa. La vida de los virtuosos no necesita del placer como añadidura, sino que tiene el placer en sí misma. Es obvio que necesitamos los bienes exteriores, pues no es fácil hacer el bien sin recursos, pero no dejan de ser medios para aquello. Y la virtud ética se produce en nosotros por la costumbre, por un ejercicio previo, por eso los legisladores quieren hacer buenos a los ciudadanos haciéndoles adquirir costumbres. De modo que es necesaria, desde jóvenes, una buena educación para poder complacerse y dolerse como es debido. Porque los placeres y los dolores nos pueden alejar de la virtud, que es una especie de impasibilidad y serenidad. La virtud es un hábito que nos permite ejecutar bien las acciones en las que consiste el bien, pues la virtud perfecciona. No es fácil ser virtuoso, porque la virtud es el justo medio, no un término medio matemático entre los extremos, que sería idéntico para todos, sino un término medio relativo a nosotros, que ni es demasiado ni demasiado poco, y que no es el mismo para todos. La virtud ética se da entre el exceso y el defecto. Se puede errar de muchas maneras, pero acertar, sólo de una. Es un término medio determinado por la razón de un hombre prudente, situado entre dos vicios, uno por exceso y otro por defecto. Aristóteles nos presenta casos concretos: el valor es el término medio, que está entre la cobardía y la temeridad; la templanza, que está entre la insensibilidad y el desenfreno; la generosidad, que se sitúa entre la tacañería o la mezquindad y la prodigalidad o el derroche; la magnanimidad, entre la pusilanimidad y la vanidad... Una de las últimas virtudes que cita Aristóteles es la indignación, que versa sobre la prosperidad inmerecida de algunos ciudadanos. Por un lado, la virtud de indignarse nos alejaría del vicioso extremo por defecto consistente en la malignidad, propia de aquel que ante la prosperidad inmerecida de algunos de sus semejantes no opusiera indignación; y, por otro lado, nos alejaría también del vicioso extremo por exceso consistente en la envidia, propia de aquel que ante la prosperidad inmerecida de algunos de sus congéneres sólo deseara convertirse en ellos mismos.
Puede que Aristóteles esté de moda.