Colomer plantea la cuestión de si debemos aceptar que la democracia no es viable en territorios extensos con sociedades complejas en las que sería preferible, por menos mala, una oligarquía aristocrática.
Argumenta que la democracia en nuestras actuales sociedades complejas ha dado muestras de funcionamiento deficiente cuando se trata de problemas difíciles: Referéndum del Brexit, Constitución Europea, rescate de Grecia.
Cree Colomer que la democracia pura o directa sólo sirve en un ámbito reducido en el que se abordan problemas simples por miembros que se conocen directamente, y no funciona en ámbitos amplios, con asuntos complejos, que requieren competencia técnica, distanciamiento emocional y pactos. Recuerda que Platón, Aristóteles e incluso Rousseau así lo pensaban. De hecho, en la democracia de la Grecia clásica, en el ámbito reducido de la polis, primero se decidían las políticas y luego se elegían a sus ejecutores, que apenas tenían margen de maniobra. Por el contrario, James Madison, en la formación de los EEUU, distinguió entre 'democracia' y 'república'; siendo la primera la que corresponde a la democracia pura, en la que un pequeño número de ciudadanos se autogobiernan; y la segunda la del gobierno representativo, en el que los electos se reúnen para administrar el gobierno en nombre de los ciudadanos. Por su parte, Edmund Burke, en la Cámara de los comunes británica, aportó la doctrina de la independencia de los representantes, que se consagró en el resto de constituciones. Y así, el gobierno representativo sustituyó la idea de democracia como gobierno de masas por la promesa del gobierno por los mejores, la clásica aristocracia: Primero se eligen los representantes, y luego éstos toman, con bastante autonomía, las decisiones en nombre del pueblo. En el s. XX ya se vió que esto daba mucha importancia a los partidos políticos, puesto que en ellos se engendran los líderes electos. Cuando la honestidad y la cualificación de los representantes falla, entonces se incumple la promesa aristocrática del gobierno de los mejores, y la fórmula termina en oligarquía (aunque los gobernantes pueden ser destituidos por los gobernados). Del otro lado, la democracia directa degenera en demagogia, como se ha visto en referendums recientes.
De modo que, según Colomer, en la actualidad las formas alternativas de gobierno no son democracia y aristocracia, sino sus versiones perversas: demagogia y oligarquía.
Colomer, Josep. "Oligarquía o demagogia". El País, 25.07.2016.
Argumenta que la democracia en nuestras actuales sociedades complejas ha dado muestras de funcionamiento deficiente cuando se trata de problemas difíciles: Referéndum del Brexit, Constitución Europea, rescate de Grecia.
Cree Colomer que la democracia pura o directa sólo sirve en un ámbito reducido en el que se abordan problemas simples por miembros que se conocen directamente, y no funciona en ámbitos amplios, con asuntos complejos, que requieren competencia técnica, distanciamiento emocional y pactos. Recuerda que Platón, Aristóteles e incluso Rousseau así lo pensaban. De hecho, en la democracia de la Grecia clásica, en el ámbito reducido de la polis, primero se decidían las políticas y luego se elegían a sus ejecutores, que apenas tenían margen de maniobra. Por el contrario, James Madison, en la formación de los EEUU, distinguió entre 'democracia' y 'república'; siendo la primera la que corresponde a la democracia pura, en la que un pequeño número de ciudadanos se autogobiernan; y la segunda la del gobierno representativo, en el que los electos se reúnen para administrar el gobierno en nombre de los ciudadanos. Por su parte, Edmund Burke, en la Cámara de los comunes británica, aportó la doctrina de la independencia de los representantes, que se consagró en el resto de constituciones. Y así, el gobierno representativo sustituyó la idea de democracia como gobierno de masas por la promesa del gobierno por los mejores, la clásica aristocracia: Primero se eligen los representantes, y luego éstos toman, con bastante autonomía, las decisiones en nombre del pueblo. En el s. XX ya se vió que esto daba mucha importancia a los partidos políticos, puesto que en ellos se engendran los líderes electos. Cuando la honestidad y la cualificación de los representantes falla, entonces se incumple la promesa aristocrática del gobierno de los mejores, y la fórmula termina en oligarquía (aunque los gobernantes pueden ser destituidos por los gobernados). Del otro lado, la democracia directa degenera en demagogia, como se ha visto en referendums recientes.
De modo que, según Colomer, en la actualidad las formas alternativas de gobierno no son democracia y aristocracia, sino sus versiones perversas: demagogia y oligarquía.
Colomer, Josep. "Oligarquía o demagogia". El País, 25.07.2016.
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