La crisis pandémica del virus de la gripe A H1N1 revela hasta qué punto se tiene una conciencia de pertenencia a la globalidad del planeta Tierra. La preocupación sanitaria, tal vez un tanto más irracional que otras, pone de manifiesto ante cualquiera de nosotros que la salud local es global, que la propia salud es interdependiente a escala universal. Los diarios, por ejemplo El País del 16/05/2009, nos informan del número de afectados y muertos a escala global, dando todo tipo de detalles acerca de quién ha viajado dónde. El cielo está cruzado por una tupida malla que cada día tejen las aeronaves transportando un gran número de personas por todos los rincones del planeta y otro tanto ocurre en la superficie de la tierra y el mar.
Del mismo modo que en la segunda mitad del s.XX los sistemas de gestión de la calidad entendieron que, para mejorar la calidad en la propia empresa, había que mejorar la calidad en las empresas proveedoras, ahora tenemos claro que nuestra propia salud está en riesgo si lo está la de los otros por más lejanos que se encuentren. Sabemos que podemos hacer una mejor gestión en ese sentido, y todo ello nos hace pensar en la conveniencia de compartir riquezas. Al mismo tiempo, sabemos también que la generación de riquezas puede irse al traste con solo descuidar los criterios de buena praxis en la gestión financiera de las corporaciones de algún país con suficiente volumen financiero como para que constituya una masa crítica.
Toda esta interdependencia y globalidad de la que tan conscientes somos me ha vuelto a recordar aquellos textos de 1848 del viejo Marx, estudioso de la economía política, que con tanto detalle vió la globalización que se estaba fraguando, y que cualquiera puede consultar en su edición original. Adjunto una pequeña selección en castellano que corresponde a un librito del que muchas generaciones de españoles se han examinado en las pruebas de acceso a la Universidad cuando no estaba tan claro aquello de la globalización y ni siquiera había movimientos anti-globablización. Puede ser interesante releerlo sin complejos y recordando que está escrito al final de la primera mitad del s. XIX:
"[…] La gran industria ha fabricado el mercado mundial, preparado por el descubrimiento de América. El mercado mundial ha dado un desarrollo inconmensurable al comercio, a la navegación y a las comunicaciones entre países; que, a su vez, ha repercutido en la extensión de la industria; y, en la misma medida en la que la industria, el comercio, la navegación y el ferrocarril se extendía, en igual medida se desarrollaba la burguesía, aumentaba sus capitales, dejaba sin importancia todas las clases heredadas de la Edad Media [...]
[…] La necesidad de ampliar permanentemente la venta de sus productos persigue a la burguesía por todo el globo terráqueo. Por todas partes tiene que instalarse, por todas partes construir, por todas partes establecer relaciones.
Mediante su explotación del mercado mundial, la burguesía ha conformado de manera cosmopolita la producción y el consumo de todos los países. Con gran pesar de los reaccionarios, ha tirado por los suelos la base nacional de la industria. Las primitivas industrias nacionales fueron destruidas y todavía son destruidas diariamente. Son desbancadas por nuevas industrias cuya introducción se convierte en una cuestión vital para todas las naciones civilizadas; industrias que ya no utilizan materias primas autóctonas, sino las correspondientes a zonas distantes y cuyos productos no sólo son consumidos en el propio país, sino en todas las partes del mundo al mismo tiempo. Las viejas necesidades satisfechas con productos nacionales son sustituidas por nuevas que, para su satisfacción, requieren los productos de los más lejanos países y climas. El viejo aislamiento y autosuficiencia locales y nacionales son sustituidos por un comercio universal, por una dependencia universal de unas naciones respecto de las otras, y ello tanto en la producción material como en la intelectual. Los productos intelectuales de cada nación se convierten en bien común. La unilateralidad y limitación nacionales son cada vez más imposibles, y de las diversas literaturas nacionales y locales surge una literatura universal.
Mediante la rápida mejora de todos los instrumentos de producción y las comunicaciones constantemente más fáciles, la burguesía arrastra a todas, e incluso a las más bárbaras naciones, a la civilización. Los precios baratos de sus mercancías son la artillería pesada con la que dispara a los cimientos de todas las murallas chinas, con los que obliga a capitular a la más pertinaz xenofobia de los bárbaros. Obliga a todas las naciones a adoptar el modo de producción de la burguesía si no quieren hundirse; las obliga a implantar en ellas mismas la llamada civilización; a saber, hacerse burguesas. En una palabra, crea un mundo según su propia imagen.[...]
[…] Basta señalar las crisis comerciales que en su recurrencia periódica ponen en cuestión la existencia de toda la sociedad burguesa de manera cada vez más amenazante. En las crisis comerciales se destruye regularmente una gran parte no sólo de los productos fabricados sino también de las fuerzas productivas ya creadas. En las crisis se declara una epidemia social que sería absurda en todas las épocas anteriores: la epidemia de la superproducción. La sociedad se encuentra de repente en un estado retrotraído a la barbarie momentánea; una hambruna, una guerra universal de destrucción parecen haberle truncado todos los víveres; la industria y el comercio parecen destruidos, y ¿por qué? Porque posee demasiada civilización, demasiados víveres, demasiada industria, demasiado comercio. […]
[...]¿Cómo supera la burguesía las crisis? Por una parte mediante la destrucción forzada de una masa de fuerzas productivas y, por otra parte, mediante la conquista de nuevos mercados y la explotación más en profundidad de los viejos mercados. […]"
Marx y Engels. Manifiesto del Partido Comunista. Capítulo I: Burgueses y proletarios. Londres,1848. Versión española: Ricardo Pesado.
Del mismo modo que en la segunda mitad del s.XX los sistemas de gestión de la calidad entendieron que, para mejorar la calidad en la propia empresa, había que mejorar la calidad en las empresas proveedoras, ahora tenemos claro que nuestra propia salud está en riesgo si lo está la de los otros por más lejanos que se encuentren. Sabemos que podemos hacer una mejor gestión en ese sentido, y todo ello nos hace pensar en la conveniencia de compartir riquezas. Al mismo tiempo, sabemos también que la generación de riquezas puede irse al traste con solo descuidar los criterios de buena praxis en la gestión financiera de las corporaciones de algún país con suficiente volumen financiero como para que constituya una masa crítica.
Toda esta interdependencia y globalidad de la que tan conscientes somos me ha vuelto a recordar aquellos textos de 1848 del viejo Marx, estudioso de la economía política, que con tanto detalle vió la globalización que se estaba fraguando, y que cualquiera puede consultar en su edición original. Adjunto una pequeña selección en castellano que corresponde a un librito del que muchas generaciones de españoles se han examinado en las pruebas de acceso a la Universidad cuando no estaba tan claro aquello de la globalización y ni siquiera había movimientos anti-globablización. Puede ser interesante releerlo sin complejos y recordando que está escrito al final de la primera mitad del s. XIX:
"[…] La gran industria ha fabricado el mercado mundial, preparado por el descubrimiento de América. El mercado mundial ha dado un desarrollo inconmensurable al comercio, a la navegación y a las comunicaciones entre países; que, a su vez, ha repercutido en la extensión de la industria; y, en la misma medida en la que la industria, el comercio, la navegación y el ferrocarril se extendía, en igual medida se desarrollaba la burguesía, aumentaba sus capitales, dejaba sin importancia todas las clases heredadas de la Edad Media [...]
[…] La necesidad de ampliar permanentemente la venta de sus productos persigue a la burguesía por todo el globo terráqueo. Por todas partes tiene que instalarse, por todas partes construir, por todas partes establecer relaciones.
Mediante su explotación del mercado mundial, la burguesía ha conformado de manera cosmopolita la producción y el consumo de todos los países. Con gran pesar de los reaccionarios, ha tirado por los suelos la base nacional de la industria. Las primitivas industrias nacionales fueron destruidas y todavía son destruidas diariamente. Son desbancadas por nuevas industrias cuya introducción se convierte en una cuestión vital para todas las naciones civilizadas; industrias que ya no utilizan materias primas autóctonas, sino las correspondientes a zonas distantes y cuyos productos no sólo son consumidos en el propio país, sino en todas las partes del mundo al mismo tiempo. Las viejas necesidades satisfechas con productos nacionales son sustituidas por nuevas que, para su satisfacción, requieren los productos de los más lejanos países y climas. El viejo aislamiento y autosuficiencia locales y nacionales son sustituidos por un comercio universal, por una dependencia universal de unas naciones respecto de las otras, y ello tanto en la producción material como en la intelectual. Los productos intelectuales de cada nación se convierten en bien común. La unilateralidad y limitación nacionales son cada vez más imposibles, y de las diversas literaturas nacionales y locales surge una literatura universal.
Mediante la rápida mejora de todos los instrumentos de producción y las comunicaciones constantemente más fáciles, la burguesía arrastra a todas, e incluso a las más bárbaras naciones, a la civilización. Los precios baratos de sus mercancías son la artillería pesada con la que dispara a los cimientos de todas las murallas chinas, con los que obliga a capitular a la más pertinaz xenofobia de los bárbaros. Obliga a todas las naciones a adoptar el modo de producción de la burguesía si no quieren hundirse; las obliga a implantar en ellas mismas la llamada civilización; a saber, hacerse burguesas. En una palabra, crea un mundo según su propia imagen.[...]
[…] Basta señalar las crisis comerciales que en su recurrencia periódica ponen en cuestión la existencia de toda la sociedad burguesa de manera cada vez más amenazante. En las crisis comerciales se destruye regularmente una gran parte no sólo de los productos fabricados sino también de las fuerzas productivas ya creadas. En las crisis se declara una epidemia social que sería absurda en todas las épocas anteriores: la epidemia de la superproducción. La sociedad se encuentra de repente en un estado retrotraído a la barbarie momentánea; una hambruna, una guerra universal de destrucción parecen haberle truncado todos los víveres; la industria y el comercio parecen destruidos, y ¿por qué? Porque posee demasiada civilización, demasiados víveres, demasiada industria, demasiado comercio. […]
[...]¿Cómo supera la burguesía las crisis? Por una parte mediante la destrucción forzada de una masa de fuerzas productivas y, por otra parte, mediante la conquista de nuevos mercados y la explotación más en profundidad de los viejos mercados. […]"
Marx y Engels. Manifiesto del Partido Comunista. Capítulo I: Burgueses y proletarios. Londres,1848. Versión española: Ricardo Pesado.
¡Increíble! El texto podría aparecer en el periódico de mañana en vez de datar del siglo XIX. ¡Qué profundo análisis hace Marx y qué gran visionario era! Y qué bien hace el señor Pesado en recordárnoslo.
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