Hobbes es uno de los primeros pensadores que reflexiona desde la perspectiva de la Razón acerca de la conveniencia y origen de lo que comunmente llamamos Estado, por lo que nos puede ayudar a entender mejor en qué consiste ese constructo en el que vivimos, siquiera al menos indagando en su origen.
Hobbes parte del análisis de la naturaleza del ser humano que gusta de la libertad y del dominio sobre los demás; ahora bien, el ser humano acepta la restricción que le supone vivir en un Estado porque busca también su propia seguridad y conservación.
Así, mediante el Estado, el ser humano abandona el estado de guerra derivado de sus pasiones naturales cuando no hay poder visible que lo mantenga a raya y que le obligue, por temor al castigo, a cumplir los pactos y a respetar las leyes de naturaleza (justicia, equidad, modestia, piedad; esto es, el precepto de 'haz a otros lo que quieras que otros hagan para ti'). Estas leyes de naturaleza son contrarias a nuestras pasiones naturales, que nos llevan a la parcialidad, el orgullo, a la venganza y semejantes; de modo que los pactos que no descansan en la espada no son más que palabras.
El ser humano sigue las leyes de naturaleza por su voluntad pero lo hace cuando puede hacerlo de modo seguro. Ahora bien, si no hay un poder suficientemente grande para nuestra seguridad, cada cual se fiará a su propia fuerza contra los demás. Así, cuando el ser humano vivía en pequeñas familias, robarse y expoliarse unos a otros era habitual y no se consideraba contra la ley de naturaleza sino un honor tanto mayor cuanto más grande era el botín. Las ciudades y reinos de ahora, dice Hobbes, son familias más grandes, ampliadas para su propia seguridad, ante el peligro y temor de invasión.
Según Hobbes, la seguridad del Estado no depende del número de seres humanos, sino por comparación con el enemigo que tememos, y es suficiente cuando la superioridad del enemigo no sea tan grande que le lleve a intentar la guerra. Por grande que sea, si la multitud está dirigida por sus particulares juicios y apetitos, entonces no habrá defensa ni protección contra un enemigo común ni contra las mutuas ofensas. De ese modo los individuos se obstaculizan mutuamente y reducen su fuerza a la nada, siendo reducidos por unos pocos que están en perfecto acuerdo; aparte de que si no tienen enemigo común, se hacen la guerra unos a otros.
Tampoco es suficiente para alcanzar la seguridad que el gobierno se produzca durante un tiempo limitado, porque tras ese período nuevamente la diferencia de sus intereses les harían caer en la guerra.
Según Hobbes, hay otras criaturas (abejas, hormigas) que viven de manera sociable sin un poder coercitivo, pero no es el caso del ser humano. En el caso del ser humano, para alcanzar un pacto que los defienda de la invasión extranjera y contra las injurias ajenas, asegurando poder nutrirse y vivir satisfechos, se tiene que conferir el poder y la fuerza "a un hombre o a una asamblea de hombres, todos los cuales, por pluralidad de votos, puedan reducir sus voluntades a una voluntad. Esto equivale a decir: elegir un hombre o una asamble de hombres que represente su personalidad; y que cada uno considere como propio y se reconozca a sí mismo como autor de cualquiera cosa que haga o promueva quien representa su persona, en aquellas cosas que conciernen a la paz y a la seguridad comunes; que, además, somentan sus voluntades cada uno a la voluntad de aquél, y sus juicios a su juicio. Esto es algo más que consentimiento o concordia; es una unidad real de todo ello en una y la misma persona, instituída por un pacto de cada hombre con los demás, en forma tal como si cada uno dijera a todos: 'autorizo y transfiero a este hombre o asamblea de hombres mi derecho de gobernarme a mí mismo, con la condición de que vosotros transferireis a él vuestro derecho, y autorizareis todos sus actos de la misma manera.' Hecho esto, la multitud así unida en una persona se denomina ESTADO, en latín, CIVITAS. Esta es la generación de aquel gran LEVIATÁN, o más bien (hablando con más reverencia), de aquel 'dios mortal', al cual debemos, bajo el Dios 'inmortal', nuestra paz y nuestra defensa. Porque en virtud de esta autoridad que se le confiere por cada hombre particular en el Estado, posee y utiliza tanto poder y fortaleza, que por el terror que inspira es capaz de conformar las voluntades de todos ellos para la paz, en su propio país, y para la mutua ayuda contra sus enemigos, en el extranjero. Y en ello consiste la esencia del Estado, que podemos definir así: 'una persona de cuyos actos una gran multitud, por pactos mutuos, realizados entre sí, ha sido instituída por cada uno como autor, al objeto de que pueda utilizar la fortaleza y medios de todos, como lo juzgue oportuno, para asegurar la paz y defensa común.' El titular de esta persona se denomina SOBERANO, y se dice que tiene 'poder soberano'; cada uno de los que le rodean es SÚBDITO suyo."
Según Hobbes, el poder soberano se puede alcanzar por la fuerza natural, como cuando un hombre somete por actos de guerra a otros y les concede la vida a cambio de la sumisión. En este caso habría un Estado por 'adquisición'. Pero también se puede alcanzar cuando los seres humanos se ponen de acuerdo entre sí, para someterse voluntariamente a otro ser humano o asamblea de seres humanos, en la confianza de ser protegidos por ellos contra los demás. En este último caso tendríamos un Estado político, por 'institución'.
Hobbes, Thomas: Leviatán. O la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil. Inglaterra, 1651. [Título original: Leviathan or The Matter, Forme and Power of a Commonwealth Ecclesiasticall and Civil].
Segunda parte. Del Estado. Capítulo XVII: De las causas, generación y definición de un Estado.
Así, mediante el Estado, el ser humano abandona el estado de guerra derivado de sus pasiones naturales cuando no hay poder visible que lo mantenga a raya y que le obligue, por temor al castigo, a cumplir los pactos y a respetar las leyes de naturaleza (justicia, equidad, modestia, piedad; esto es, el precepto de 'haz a otros lo que quieras que otros hagan para ti'). Estas leyes de naturaleza son contrarias a nuestras pasiones naturales, que nos llevan a la parcialidad, el orgullo, a la venganza y semejantes; de modo que los pactos que no descansan en la espada no son más que palabras.
El ser humano sigue las leyes de naturaleza por su voluntad pero lo hace cuando puede hacerlo de modo seguro. Ahora bien, si no hay un poder suficientemente grande para nuestra seguridad, cada cual se fiará a su propia fuerza contra los demás. Así, cuando el ser humano vivía en pequeñas familias, robarse y expoliarse unos a otros era habitual y no se consideraba contra la ley de naturaleza sino un honor tanto mayor cuanto más grande era el botín. Las ciudades y reinos de ahora, dice Hobbes, son familias más grandes, ampliadas para su propia seguridad, ante el peligro y temor de invasión.
Según Hobbes, la seguridad del Estado no depende del número de seres humanos, sino por comparación con el enemigo que tememos, y es suficiente cuando la superioridad del enemigo no sea tan grande que le lleve a intentar la guerra. Por grande que sea, si la multitud está dirigida por sus particulares juicios y apetitos, entonces no habrá defensa ni protección contra un enemigo común ni contra las mutuas ofensas. De ese modo los individuos se obstaculizan mutuamente y reducen su fuerza a la nada, siendo reducidos por unos pocos que están en perfecto acuerdo; aparte de que si no tienen enemigo común, se hacen la guerra unos a otros.
Tampoco es suficiente para alcanzar la seguridad que el gobierno se produzca durante un tiempo limitado, porque tras ese período nuevamente la diferencia de sus intereses les harían caer en la guerra.
Según Hobbes, hay otras criaturas (abejas, hormigas) que viven de manera sociable sin un poder coercitivo, pero no es el caso del ser humano. En el caso del ser humano, para alcanzar un pacto que los defienda de la invasión extranjera y contra las injurias ajenas, asegurando poder nutrirse y vivir satisfechos, se tiene que conferir el poder y la fuerza "a un hombre o a una asamblea de hombres, todos los cuales, por pluralidad de votos, puedan reducir sus voluntades a una voluntad. Esto equivale a decir: elegir un hombre o una asamble de hombres que represente su personalidad; y que cada uno considere como propio y se reconozca a sí mismo como autor de cualquiera cosa que haga o promueva quien representa su persona, en aquellas cosas que conciernen a la paz y a la seguridad comunes; que, además, somentan sus voluntades cada uno a la voluntad de aquél, y sus juicios a su juicio. Esto es algo más que consentimiento o concordia; es una unidad real de todo ello en una y la misma persona, instituída por un pacto de cada hombre con los demás, en forma tal como si cada uno dijera a todos: 'autorizo y transfiero a este hombre o asamblea de hombres mi derecho de gobernarme a mí mismo, con la condición de que vosotros transferireis a él vuestro derecho, y autorizareis todos sus actos de la misma manera.' Hecho esto, la multitud así unida en una persona se denomina ESTADO, en latín, CIVITAS. Esta es la generación de aquel gran LEVIATÁN, o más bien (hablando con más reverencia), de aquel 'dios mortal', al cual debemos, bajo el Dios 'inmortal', nuestra paz y nuestra defensa. Porque en virtud de esta autoridad que se le confiere por cada hombre particular en el Estado, posee y utiliza tanto poder y fortaleza, que por el terror que inspira es capaz de conformar las voluntades de todos ellos para la paz, en su propio país, y para la mutua ayuda contra sus enemigos, en el extranjero. Y en ello consiste la esencia del Estado, que podemos definir así: 'una persona de cuyos actos una gran multitud, por pactos mutuos, realizados entre sí, ha sido instituída por cada uno como autor, al objeto de que pueda utilizar la fortaleza y medios de todos, como lo juzgue oportuno, para asegurar la paz y defensa común.' El titular de esta persona se denomina SOBERANO, y se dice que tiene 'poder soberano'; cada uno de los que le rodean es SÚBDITO suyo."
Según Hobbes, el poder soberano se puede alcanzar por la fuerza natural, como cuando un hombre somete por actos de guerra a otros y les concede la vida a cambio de la sumisión. En este caso habría un Estado por 'adquisición'. Pero también se puede alcanzar cuando los seres humanos se ponen de acuerdo entre sí, para someterse voluntariamente a otro ser humano o asamblea de seres humanos, en la confianza de ser protegidos por ellos contra los demás. En este último caso tendríamos un Estado político, por 'institución'.
Hobbes, Thomas: Leviatán. O la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil. Inglaterra, 1651. [Título original: Leviathan or The Matter, Forme and Power of a Commonwealth Ecclesiasticall and Civil].
Segunda parte. Del Estado. Capítulo XVII: De las causas, generación y definición de un Estado.
En el capítulo XVIII, Hobbes se ocupa de los derechos de los soberanos en un Estado por institución.
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