Según nos relata Franceso Manetto en El País del 09/08/2009, "lo pequeño gana espacio"; esto es, parece que sociólogos y psicólogos detectan una vuelta al interés por lo pequeño en las sociedades occidentales, especialmente en USA, donde parecen atribuir a la afición por lo grande una parte importante de los problemas sufridos en la actual crisis financiero-económica.
En lo que respecta a España es patente que una parte importante de nuestros dirigentes se interesan mucho por lo grande. Seguramente es una formá fácil y rápida de asociar un logro a un nombre propio. Es usual encontrar cargos de elevado rango muy dedicados a grandes proyectos, grandes eventos, grandes o principales actos de cualesquiera instituciones... No se trata de que sea algo inadecuado interesarse por lo grande, sin duda es conveniente prestarle atención, también a lo abstracto. Pero el problema se plantea cuando, de tan concentrado interés por lo grande, dejamos que lo pequeño se degrade o continue sin funcionar adecuadamente. Parece entonces prudente una vuelta a lo pequeño, a las tareas sencillas, directas, inmediatas y que llenan de sentido no sólo las instituciones mismas, que se deben al servicio del ciudadano, y no al servicio de los dirigentes, sino que también llenan de sentido nuestra cotidianeidad. En nuestro país tal vez podríamos prescindir por el momento de algunos grandes proyectos para poner el foco, por ejemplo, en hacer que no se tenga que esperar varios días para conseguir una cita con el médico generalista, o varios meses para una intervención quirúrgica ante una salud comprometida; que no se tenga que esperar años en obtener una resolución judicial; que la educación sea de calidad; que el derecho al trabajo, a la vivienda, la jubilación y la vejez dignas sea real y no sólo nominal; que evitemos el calentamiento del planeta... ¿y qué no decir de que los tomates sepan a tomates?... Pero, pensándolo bien, ¿no deberían ser éstos los grandes proyectos? ¿Respecto de éstos, no son aquellos grandes realmente los pequeños?
Sí, claro, hay que hablar del cómo pero, por favor, no olvidemos el qué.
En lo que respecta a España es patente que una parte importante de nuestros dirigentes se interesan mucho por lo grande. Seguramente es una formá fácil y rápida de asociar un logro a un nombre propio. Es usual encontrar cargos de elevado rango muy dedicados a grandes proyectos, grandes eventos, grandes o principales actos de cualesquiera instituciones... No se trata de que sea algo inadecuado interesarse por lo grande, sin duda es conveniente prestarle atención, también a lo abstracto. Pero el problema se plantea cuando, de tan concentrado interés por lo grande, dejamos que lo pequeño se degrade o continue sin funcionar adecuadamente. Parece entonces prudente una vuelta a lo pequeño, a las tareas sencillas, directas, inmediatas y que llenan de sentido no sólo las instituciones mismas, que se deben al servicio del ciudadano, y no al servicio de los dirigentes, sino que también llenan de sentido nuestra cotidianeidad. En nuestro país tal vez podríamos prescindir por el momento de algunos grandes proyectos para poner el foco, por ejemplo, en hacer que no se tenga que esperar varios días para conseguir una cita con el médico generalista, o varios meses para una intervención quirúrgica ante una salud comprometida; que no se tenga que esperar años en obtener una resolución judicial; que la educación sea de calidad; que el derecho al trabajo, a la vivienda, la jubilación y la vejez dignas sea real y no sólo nominal; que evitemos el calentamiento del planeta... ¿y qué no decir de que los tomates sepan a tomates?... Pero, pensándolo bien, ¿no deberían ser éstos los grandes proyectos? ¿Respecto de éstos, no son aquellos grandes realmente los pequeños?
Sí, claro, hay que hablar del cómo pero, por favor, no olvidemos el qué.
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