Bofinger, Habermas y Nida-Rümelin consideran que la actual crisis del euro refleja el fracaso político de la incapacidad para "volver a meter en cintura el desorden del fantasmal universo paralelo que los bancos de inversión y fondos de riesgo han construido al lado de la economía real, productora de bienes y servicios." Primero la incapacidad de los Estados tras la cumbre del G20 en 2008; después, más allá de los problemas de algunos países de la UE, se ha mostrado la incapacidad de la UE para adoptar una posición de vanguardia, aunque fuera sólo en la Eurozona, con una mayor integración. Consideran que el Gobierno alemán yerra en el diagnóstico puesto que no se trata de una crisis específica de deuda de Europa. EEUU y Japón están más endeudados que la UE, y más que la Eurozona. Es una "crisis de refinanciación de determinados Estados de la Eurozona, que en primer término se debe a un insuficiente aseguramento institucional de la moneda cómún." El Gobierno alemán sin embargo parte de que los problemas se deben a una indisciplina fiscal de algunos Estados, por lo que deben asegurarse normas fiscales estrictas.
Consideran que sólo hay dos estrategias coherentes para solucionar la crisis. O bien el retorno a las monedas nacionales, con lo que cada Estado estaría expuesto al mercado; o bien una política fiscal, económica y social común en la zona euro. Y sólo esto último puede "revertir el proceso, ya avanzado, de transformación de una democracia social y estatal de ciudadanos en una fachada de democracia sometida a los mercados." Prefieren la segunda opción.
Quieren "que no se enmascare nada: que quien quiera mantenerse en la moneda común debe apoyar también una responsabilidad común." Les parecía encantadora la propuesta, que el Gobierno alemán ha rechazado, de que un comité de expertos viera la forma de establecer un fondo de liquidación de deudas de forma común, poniendo fin a la ilusión de una soberanía estatal. Creen que sería más consecuente mancomunar el límite de deuda establecido en Maastricht, es decir, hasta el 60% del PIB, y no el porcentaje que supere ese techo.
Mientras los Gobiernos no hablan claro, se vacían los fundamentos democráticos de la UE.
Cobra sentido el grito de lucha de la independencia de los EEUU ("no taxation without representation"). Para hacer políticas redistributivas que trasciendan las políticas nacionales debe haber también un legislador y gobierno europeo.
Creen llegado el momento de que los pueblos hablen. La República Federal de Alemania, como mayor país donante en el Consejo, debe tomar la iniciativa para que se convoque una asamblea constituyente para "la fundación de una zona monetaria políticamente unificada que constituya en núcleo europeo, abierta al acceso de otros países de la UE, en especial de Polonia," con ideas claras acerca de ese Gobierno común, sin llegar a un Estado federal no admisible por los pueblos europeos históricamente independientes.
Respecto de aquel Gobierno común, los grandes partidos alemanes deberían promover a su vez en Alemania una asamblea constituyente para salvar los actuales escollos constitucionales alemanes, con plebiscito constitucional, en el que dichos partidos defendieran las ventajas de una unión política europea.
Consideran que la presente crisis indigna, con razón, a los ciudadanos porque por primera vez en el capitalismo, para solucionar una crisis generada por su sector bancario, se recurre a los ciudadanos contribuyentes para que paguen los daños originados. Se genera un sentimiento de injusticia e impotencia, al que se debería oponer una política orientada a la autocapacitación.
Las poblaciones europeas "deben aunar sus fuerzas si quieren seguir siendo influyentes en la agenda de la política mundial y en la solucion de los problemas globales. La renuncia a la unificación europea sería una despedida de la historia mundial."
Bofinger, Peter; Habermas, Jürgen; Nida-Rümelin. "Por un cambio de rumbo en la política europea." El País, 12/08/2012. Consideran que sólo hay dos estrategias coherentes para solucionar la crisis. O bien el retorno a las monedas nacionales, con lo que cada Estado estaría expuesto al mercado; o bien una política fiscal, económica y social común en la zona euro. Y sólo esto último puede "revertir el proceso, ya avanzado, de transformación de una democracia social y estatal de ciudadanos en una fachada de democracia sometida a los mercados." Prefieren la segunda opción.
Quieren "que no se enmascare nada: que quien quiera mantenerse en la moneda común debe apoyar también una responsabilidad común." Les parecía encantadora la propuesta, que el Gobierno alemán ha rechazado, de que un comité de expertos viera la forma de establecer un fondo de liquidación de deudas de forma común, poniendo fin a la ilusión de una soberanía estatal. Creen que sería más consecuente mancomunar el límite de deuda establecido en Maastricht, es decir, hasta el 60% del PIB, y no el porcentaje que supere ese techo.
Mientras los Gobiernos no hablan claro, se vacían los fundamentos democráticos de la UE.
Cobra sentido el grito de lucha de la independencia de los EEUU ("no taxation without representation"). Para hacer políticas redistributivas que trasciendan las políticas nacionales debe haber también un legislador y gobierno europeo.
Creen llegado el momento de que los pueblos hablen. La República Federal de Alemania, como mayor país donante en el Consejo, debe tomar la iniciativa para que se convoque una asamblea constituyente para "la fundación de una zona monetaria políticamente unificada que constituya en núcleo europeo, abierta al acceso de otros países de la UE, en especial de Polonia," con ideas claras acerca de ese Gobierno común, sin llegar a un Estado federal no admisible por los pueblos europeos históricamente independientes.
Respecto de aquel Gobierno común, los grandes partidos alemanes deberían promover a su vez en Alemania una asamblea constituyente para salvar los actuales escollos constitucionales alemanes, con plebiscito constitucional, en el que dichos partidos defendieran las ventajas de una unión política europea.
Consideran que la presente crisis indigna, con razón, a los ciudadanos porque por primera vez en el capitalismo, para solucionar una crisis generada por su sector bancario, se recurre a los ciudadanos contribuyentes para que paguen los daños originados. Se genera un sentimiento de injusticia e impotencia, al que se debería oponer una política orientada a la autocapacitación.
Las poblaciones europeas "deben aunar sus fuerzas si quieren seguir siendo influyentes en la agenda de la política mundial y en la solucion de los problemas globales. La renuncia a la unificación europea sería una despedida de la historia mundial."
("Kurswechsel für Europa. Einspruch gegen die Fassadendemokratie." FAZ, 03/08/2012)
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