El País 29/04/2012 publica un capítulo del nuevo libro de Paul Krugman, "¡Acabad ya con esta crisis!" (editorial Crítica), en el que se analizan las causas y posibles soluciones de la crisis económico-financiera que vive la Unión Europea, especialmente en su eurozona. La tesis básica del capítulo consiste en que los déficits de diseño del euro agravan los problemas de los países más débiles (Grecia, Irlanda, Portugal, España e Italia = GIPSI) porque, a diferencia de EEUU, en Europa no hay una integración política y fiscal fuerte que facilite las actuaciones (rigor fiscal y ayudas); y, por el contrario, existe una moneda común que además impide a cada país adoptar soluciones tradicionales (devaluación).
El capítulo presenta una plausible descripción detallada del proceso de la crisis con sus múltiples aspectos, pero aquí vamos a considerar únicamente el apartado en el que Krugman intenta desmontar la interpretación moral de la crisis consistente en que algunos países más ricos de Europa consideran que los países más pobres son los culpables por haber gastado demasiado y es por ello por lo que ahora tienen que pagar por el pecado cometido. Cree Krugman que al pecado contribuyeron poderosamente también los países ricos con grandes afluencias de capital una vez que se impuso el euro, esto es, por la deficiente contrucción de la integración de la eurozona que provocó en los países GIPSI burbujas inmobiliarias, abandono de políticas industriales, aumento de salarios y desequilibrios comerciales enormes, que ahora sólo se pueden restablecer con muchas dificultades, consistentes en bajadas de salarios, desempleo, y contención fiscal en los GIPSI, acompañados de aumento de salarios y de la inflación en los países más ricos.
Esta opción de salida de la crisis que parece apuntar Krugman es poco probable principalmente porque resulta difícil que un país netamente exportador como Alemania esté dispuesto a elevar los precios de sus productos, aparte del horror alemán ante la inflación por razones históricas. Pero, aparte de las razones históricas, los alemanes actuales saben también que el aumento de la inflación perjudica a quien ha sido ahorrador.
Pero es el argumento de la interpretación moral de la crisis el que nos parece menos fuerte en el análisis de Krugman porque, aunque sean correctos los hechos descritos respecto del flujo de capitales que facilitaron/causaron las burbujas inmobiliarias y sus consecuencias, no es menos cierto que, en primer lugar, cada país aceptó por sí mismo las condiciones de participación en el euro; y, en segundo lugar, cada país podría haber adoptado medidas para prever no sólo las consecuencias favorables de la entrada en el nuevo club del euro, sino que cada cual también podría haberse dedicado a prever y limitar las posibles consecuencias desfavorables, sobre todo teniendo en cuenta que el club tenía previstas las ventajas comunes, pero también establecía por escrito que el BCE no actuaría para ayudar a los países con problemas, en clara alusión a que, lejos de EEUU, en la eurozona cada país se las arreglaría por sí mismo llegado el caso de los problemas. Así pues, los países más ricos, que con sus capitales contribuyeron a las burbujas y a los desequilibrios, siempre pueden argumentar que estaban claras las reglas del juego, que eran las mismas para todos, que los países eran y son soberanos y que cada país podría haber adoptado medidas para evitar sus propios problemas. Por tanto, la crítica que realiza Krugman al argumento moral de los países ricos se ve debilitada en el mencionado sentido, por más que sea cierto que la causa de la crisis en los GIPSI provengan de la combinación de ambos elementos: la afluencia de capitales desde los países ricos y su propia imprevisión. Krugman defiende la idea de que la crisis no habría sido tan grave con un sistema semejante al de EEUU, pero es un hecho que los países de la UE no habían querido o podido alcanzar una integración tan intensa y todos eran conscientes de ello. Con todo, aunque no creemos que la crítica de Krugman al argumento moral sea poderosa, sin embargo hace más visible que el argumento moral que algunos países ricos esgrimen frente a los GIPSI no puede diluir una responsabilidad de la que esos países sólo podrían sustraerse si se acogieran a un modelo de liberalismo económico amoral que parece situarse no tan cerca del proyecto europeo que trataba de construirse... Tal vez lo que falta en Europa es que se hable con claridad de estos asuntos.
El capítulo presenta una plausible descripción detallada del proceso de la crisis con sus múltiples aspectos, pero aquí vamos a considerar únicamente el apartado en el que Krugman intenta desmontar la interpretación moral de la crisis consistente en que algunos países más ricos de Europa consideran que los países más pobres son los culpables por haber gastado demasiado y es por ello por lo que ahora tienen que pagar por el pecado cometido. Cree Krugman que al pecado contribuyeron poderosamente también los países ricos con grandes afluencias de capital una vez que se impuso el euro, esto es, por la deficiente contrucción de la integración de la eurozona que provocó en los países GIPSI burbujas inmobiliarias, abandono de políticas industriales, aumento de salarios y desequilibrios comerciales enormes, que ahora sólo se pueden restablecer con muchas dificultades, consistentes en bajadas de salarios, desempleo, y contención fiscal en los GIPSI, acompañados de aumento de salarios y de la inflación en los países más ricos.
Esta opción de salida de la crisis que parece apuntar Krugman es poco probable principalmente porque resulta difícil que un país netamente exportador como Alemania esté dispuesto a elevar los precios de sus productos, aparte del horror alemán ante la inflación por razones históricas. Pero, aparte de las razones históricas, los alemanes actuales saben también que el aumento de la inflación perjudica a quien ha sido ahorrador.
Pero es el argumento de la interpretación moral de la crisis el que nos parece menos fuerte en el análisis de Krugman porque, aunque sean correctos los hechos descritos respecto del flujo de capitales que facilitaron/causaron las burbujas inmobiliarias y sus consecuencias, no es menos cierto que, en primer lugar, cada país aceptó por sí mismo las condiciones de participación en el euro; y, en segundo lugar, cada país podría haber adoptado medidas para prever no sólo las consecuencias favorables de la entrada en el nuevo club del euro, sino que cada cual también podría haberse dedicado a prever y limitar las posibles consecuencias desfavorables, sobre todo teniendo en cuenta que el club tenía previstas las ventajas comunes, pero también establecía por escrito que el BCE no actuaría para ayudar a los países con problemas, en clara alusión a que, lejos de EEUU, en la eurozona cada país se las arreglaría por sí mismo llegado el caso de los problemas. Así pues, los países más ricos, que con sus capitales contribuyeron a las burbujas y a los desequilibrios, siempre pueden argumentar que estaban claras las reglas del juego, que eran las mismas para todos, que los países eran y son soberanos y que cada país podría haber adoptado medidas para evitar sus propios problemas. Por tanto, la crítica que realiza Krugman al argumento moral de los países ricos se ve debilitada en el mencionado sentido, por más que sea cierto que la causa de la crisis en los GIPSI provengan de la combinación de ambos elementos: la afluencia de capitales desde los países ricos y su propia imprevisión. Krugman defiende la idea de que la crisis no habría sido tan grave con un sistema semejante al de EEUU, pero es un hecho que los países de la UE no habían querido o podido alcanzar una integración tan intensa y todos eran conscientes de ello. Con todo, aunque no creemos que la crítica de Krugman al argumento moral sea poderosa, sin embargo hace más visible que el argumento moral que algunos países ricos esgrimen frente a los GIPSI no puede diluir una responsabilidad de la que esos países sólo podrían sustraerse si se acogieran a un modelo de liberalismo económico amoral que parece situarse no tan cerca del proyecto europeo que trataba de construirse... Tal vez lo que falta en Europa es que se hable con claridad de estos asuntos.
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