Recordemos un par de textos, tremendamente actuales, de Juan Antonio Ramírez:
"La mediación económica del arte ha adquirido en los últimos tiempos una importancia considerable. [...] La sustitución del escenario cultural de las vanguardias por las simples leyes del mercado implica que se acepta tácitamente la preeminencia de los agentes económicos sobre los tradicionales argumentos críticos o políticos.
Y sin embargo, sabemos poco de esto. Sospechamos que hay estrechas relaciones entre el arte y la "economía sumergida", pero no es posible precisar el asunto mucho más. ¿Hay financiación oculta en el mundo del arte? ¿Se atrevería alguien a investigar en un terreno donde el dinero negro (rojo de sangre) de la droga, pongamos por caso, se encuentra con el sublime ideal del arte?" (pág 44)
"La exposición temporal está jugando un papel de primer orden en la masificación del arte. En una ciudad, repentinamente, emerge la posibilidad de ver, durante un tiempo limitado, algo excepcional que nunca jamás nos será dado volver a contemplar. Así se suelen presentar tales eventos en la prensa y en la propaganda oficial. Son grandiosas noticias positivas que contrarrestan la indudable vocación catastrofista de los medios de masas.
Enormes muchedumbres acuden, pues, al recinto tradicionalmente mortecino del museo. Como este lugar pasa al primer plano de la actualidad, su gestión es examinada con lupa: donaciones sustanciosas pueden premiar el "buen trabajo", y no es imposible que sus gestores se van involucrados en las mismas batallas tormentosas que envuelven a los políticos y a los grandes financieros. La consecuencia lógica es que todos los museos han empezado a orientar sus colecciones permanentes de modo que se perciban como exposiciones temporales. El museo no es ya un panteón inamovible sino un sitio prominente donde se presentan argumentos fluctuantes. Como el mercado público, o como una hipotética bolsa del espíritu: lo que aparece en sus salas o desaparece de ellas determina la oscilación de los valores; ningún testimonio más claro de la tendencia de las últimas décadas a proyectar todo el espesor del pasado histórico sobre la pantalla plana (aunque muy parpadeante) de la actualidad.
Así es como se está codificando una especie de dogma museístico que podría enunciarse de la siguiente manera: es mal organizador de exposiciones temporales el que las estructura como un museo; es bueno el conservador de museo que se inspira en las exposiciones temporales.
La historia objetual tiende, pues, a disolverse. Las exposiciones se multiplican, y lo mismo sucede con las reordenaciones internas de los museos. Miles de obras artística viajan incesantemente de un sitio a otro. Cada argumento parece triunfar en los medios durante el corto período que dura el evento noticiable. Luego compite duramente en la memoria del espectador con los anteriores y con los siguientes. El resultado es que unas propuestas aniquilan a las otras. No hay un discurso rector. Una lluvia incesante de presentaciones mantiene el ambiente empapado de arte, sin que sea fácil reconocer en todo ello ninguna dirección [...]
Me parece que en estos modos de percibir directamente el objeto artístico late una poderosa influencia subterránea de los parques temáticos." (págs. 138-140)
Ramírez, Juan Antonio. Ecosistema y explosión de las artes. Anagrama, Barcelona, 1994.
"La mediación económica del arte ha adquirido en los últimos tiempos una importancia considerable. [...] La sustitución del escenario cultural de las vanguardias por las simples leyes del mercado implica que se acepta tácitamente la preeminencia de los agentes económicos sobre los tradicionales argumentos críticos o políticos.
Y sin embargo, sabemos poco de esto. Sospechamos que hay estrechas relaciones entre el arte y la "economía sumergida", pero no es posible precisar el asunto mucho más. ¿Hay financiación oculta en el mundo del arte? ¿Se atrevería alguien a investigar en un terreno donde el dinero negro (rojo de sangre) de la droga, pongamos por caso, se encuentra con el sublime ideal del arte?" (pág 44)
"La exposición temporal está jugando un papel de primer orden en la masificación del arte. En una ciudad, repentinamente, emerge la posibilidad de ver, durante un tiempo limitado, algo excepcional que nunca jamás nos será dado volver a contemplar. Así se suelen presentar tales eventos en la prensa y en la propaganda oficial. Son grandiosas noticias positivas que contrarrestan la indudable vocación catastrofista de los medios de masas.
Enormes muchedumbres acuden, pues, al recinto tradicionalmente mortecino del museo. Como este lugar pasa al primer plano de la actualidad, su gestión es examinada con lupa: donaciones sustanciosas pueden premiar el "buen trabajo", y no es imposible que sus gestores se van involucrados en las mismas batallas tormentosas que envuelven a los políticos y a los grandes financieros. La consecuencia lógica es que todos los museos han empezado a orientar sus colecciones permanentes de modo que se perciban como exposiciones temporales. El museo no es ya un panteón inamovible sino un sitio prominente donde se presentan argumentos fluctuantes. Como el mercado público, o como una hipotética bolsa del espíritu: lo que aparece en sus salas o desaparece de ellas determina la oscilación de los valores; ningún testimonio más claro de la tendencia de las últimas décadas a proyectar todo el espesor del pasado histórico sobre la pantalla plana (aunque muy parpadeante) de la actualidad.
Así es como se está codificando una especie de dogma museístico que podría enunciarse de la siguiente manera: es mal organizador de exposiciones temporales el que las estructura como un museo; es bueno el conservador de museo que se inspira en las exposiciones temporales.
La historia objetual tiende, pues, a disolverse. Las exposiciones se multiplican, y lo mismo sucede con las reordenaciones internas de los museos. Miles de obras artística viajan incesantemente de un sitio a otro. Cada argumento parece triunfar en los medios durante el corto período que dura el evento noticiable. Luego compite duramente en la memoria del espectador con los anteriores y con los siguientes. El resultado es que unas propuestas aniquilan a las otras. No hay un discurso rector. Una lluvia incesante de presentaciones mantiene el ambiente empapado de arte, sin que sea fácil reconocer en todo ello ninguna dirección [...]
Me parece que en estos modos de percibir directamente el objeto artístico late una poderosa influencia subterránea de los parques temáticos." (págs. 138-140)
Ramírez, Juan Antonio. Ecosistema y explosión de las artes. Anagrama, Barcelona, 1994.
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