martes, 19 de octubre de 2010

Ignacio Zubiri: IRPF

El artículo 31.1 de la Constitución española de 1978 establece que "todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresividad que, en ningún caso, tendrá alcance confiscatorio."

El Estado español utiliza una serie de instrumentos recaudatorios para tratar de aplicar el principio constitucional mencionado. Ignacio Zubiri analiza uno de los más importantes, al menos por su potencial recaudatorio: el Impuesto sobre la renta de las personas físicas (IRPF), llegando a la conclusión de que
el IRPF no es ni alto (UE15), ni demasiado progresivo a causa de su "inequidad horizontal", esto es, sólo grava las rentas declaradas (cuyo 95% se retiene previamente). Las formas de renta no retenidas (las no salariales y muchas rentas del capital) quedan al margen del impuesto a causa de dos elementos: la propia normativa y la falta de inspección en Sociedades que se constituyen para eludir el pago del IRPF, lo que genera una gran bolsa de fraude que, de no existir, supondría un aumento de la recaudación de al menos el 6% del PIB.

Las causas de la inequidad horizontal del IRPF son el fraude y la propia normativa del impuesto:

  • A. El fraude plantea tres problemas:
1. "Deslegitima el sistema fiscal y al Estado que lo tolera."
2. "Impide que aumente la recaudación" (no se pueden aumentar los impuestos porque pagarían más quienes ya pagan, mientras que otros seguirían quedando al margen).
3. "Permite a los defraudadores acceder a prestaciones públicas creadas para las rentas más bajas."
Cree Zubiri que las causas del fraude en España son dos:
1. "No hay voluntad política para eliminarlo".
2. "Es la elección racional de cualquier contribuyente sin rentas retenidas", especialmente porque la posibilidad de detección es casi nula; si lo detectan, no descubrirán todo; si lo descubren, la sanción es pequeña; y si todo va mal, hay caminos para evitar el pago. "Lo razonable es defraudar. La declaración de rentas no retenidas se convierte casi en una donación graciosa al Estado."
  • B. La normativa del IRPF exime de tributación algunas rentas, bonifica otras y prima determinados usos de la renta; así, por ejemplo, hace que las rentas del capital tributen a un tipo menor que el mínimo aplicable a a las rentas del trabajo.

Zubiri propone esencialmente lo siguiente:
- Recuperar la voluntad política de tolerancia cero con el fraude.
- Reformar el IRPF para eliminar la inequidad horizontal y el fraude, sin que ello signifique caer en la simplificación del instrumento, lo que muchas veces se propone sólo como excusa para reducir la equidad y progresividad del impuesto.

Zubiri, Ignacio. "¿Qué anda mal en el impuesto de la renta?". El País, 19/10/2010, Opinión, página 29.

domingo, 17 de octubre de 2010

Pérez Royo: Responsabilidad sin poder

A propósito de la actual crisis económica, que sufren especialmente los países más avanzados, Javier Pérez Royo señala que se ha puesto de manifiesto la pérdida de poder de los Estados democráticos, mientras que determinadas fuerzas supranacionales globalizadas, que no responden a la lógica democrática, han ganado mucha cuota de poder e imponen condiciones a los primeros. Así, los gobiernos de los Estados tendrían responsabilidad pero no el suficiente poder como para hacer todo lo que los ciudadanos esperan de ellos al elegirles. Según él, esta situación sería una de las grandes causas de la desafección política ciudadana. La pérdida de prestigio político conduciría, por otro lado, a enfrentamientos sociales sin apenas diálogo. Considera que la situación es mala y que no sabemos cómo podemos salir de ella.
Pérez Royo, Javier. "Responsabilidad sin poder". El País, 16/10/2010, España, página 17.

sábado, 9 de octubre de 2010

Platón: Democracia y tiranía

Uno de los grandes proyectos de Platón, el gran filósofo de la Grecia clásica, es el de diseñar un Estado ideal en el que se daría el mejor gobierno. No se trata de pensar el mejor gobierno de entre los "posibles", como queriendo pensar en el mal menor tan característico de la política de nuestro tiempo, sino que Platón busca el mejor gobierno de manera absoluta. En los entresijos de esa tarea, repasa las formas de gobierno conocidas y formula una incipiente filosofía de la historia; esto es, nos explica la lógica del devenir histórico respecto de las formas de gobierno acontecidas. Según Platón, se pasaría de la timocracia a la oligarquía, de aquí a la democracia, y ésta engendraría la tiranía. Es decir, la lógica de los sistemas de gobierno los conduce a un aumento gradual de la degradación y la corrupción, un proceso hacia lo peor. Por eso no hay más solución que el Estado ideal gobernado por los que saben, esto es, los filósofos (Carta VII).
Hoy nos resulta curiosa esa lógica que explica un tránsito de la democracia a la tiranía, por eso tal vez sea interesante ver de qué se trata y considerar qué es lo que hace, según Platón, que la lógica de la democracia pueda conducir a la tiranía. Al mismo tiempo podríamos ver algunas de las características que Platón atribuye a la tiranía, por si nos pueden servir para evaluar también nuestras democracias occidentales contemporáneas, teniendo en cuenta las distancias que hay que salvar.
Tras aclarar Platón que, para los defensores de la democracia, la libertad es lo más hermoso de todo, sin embargo es el ansia de libertad la que termina conduciendo a la tiranía, pues ocurre que la democracia, que va cambiando de gobiernos, en algún momento es gestionada por unos malos gobernantes bajo los cuales se producen excesos en nombre de la libertad:
  • "-Y el colmo, amigo, de este exceso de libertad en la democracia -dije yo- ocurre en tal ciudad cuando los que han sido comprados con dinero no son menos libres que quienes los han comprado." 
Es cierto que Platón se refiere a los esclavos, comunes en su tiempo; pero podríamos preguntarnos, en nuestro ejercicio de evaluación, hasta qué punto se compran o se venden voluntades en nuestras democracias actuales, que se tienen a sí mismas por los reinos de la libertad. Para Platón los excesos de libertad acaban dando lugar a que los ciudadanos:
  • " [...] no se preocupan siquiera de las leyes, sean escritas o no, para no tener en modo alguno ningún señor." 
En ese punto de degradación, que constituye la falta de respeto a las leyes, hace residir Platón el nacimiento de la tiranía. Siguiendo nuestro ejercicio de evaluación, tal vez el grado en el que hoy respetamos las leyes sea también un buen indicador de la salud democrática de nuestros sistemas políticos. Así, Platón cree que un gobernante se ha convertido en tirano cuando:
  • "[...] gusta la sangre de sus hermanos."
Esa expresión queda aclarada con su caracterización del tirano. Sugiero que, al tiempo que leemos dicha caracterización en el siguiente texto, tratemos de pensar cuántos a nuestro alrededor, en nuestras democracias actuales, responden al modelo tiránico: 
  • "Al principio, sonríe y saluda a todo el que encuentra a su paso, niega ser tirano, promete muchas cosas en público y en privado, libra de deudas y reparte tierras al pueblo y a los que le rodean y se finge benévolo y manso para con todos [...] Suscita algunas guerras para que el pueblo tenga necesidad de conductor [...] Y para que, pagando impuestos, se hagan pobres y, por verse forzados a dedicarse a sus necesidades cotidianas, conspiren menos contra él [...] Y también para que, si sospecha de algunos que tienen temple de libertad y no han de dejarle mandar, tenga un pretexto para acabar con ellos entregándoles a los enemigos [...] ¿Y no sucede que algunos de los que han ayudado a encumbrarle y cuentan con influencia se atreven a enfrentarse ya con él, ya entre sí [...] censurando las cosas que ocurren, por lo menos aquellos que son más valerosos? [...] Y así el tirano, si es que ha de gobernar, tiene que quitar de en medio a todos éstos hasta que no deje persona alguna de provecho ni entre los amigos ni entre los enemigos." Platón, Politeia, 562a-570c.
¿Alguien se  atreve a evaluar nuestros sistemas políticos contemporáneos con los criterios de Platón para decidir hasta qué punto se trata de democracias o tiranías?



Algunas traducciones del diálogo Politeia de Platón:



domingo, 3 de octubre de 2010

Platón: Carta VII

Platón escribió este impresionante texto autobiográfico en su vejez, siglo IV a.C., tras una vida en buena parte dedicada a vivir y pensar la política. Un buen texto clásico es aquel que sigue hablándonos en todo momento presente. Se trata de un buen ejercicio:


  • Antaño, cuando yo era joven, sentí lo mismo que les pasa a otros muchos. Tenía la idea de dedicarme a la política tan pronto como fuera dueño de mis actos, y las circunstancias en que se me presentaba la situación de mi país eran las siguientes: al ser acosado por muchos lados el régimen político entonces existente, se produjo una revolución; al frente de este cambio político se establecieron como jefes cincuenta y un hombres: once en la ciudad y diez en el pireo (unos y otros encargados de la administración pública en el ágora y en los asuntos municipales), mientras que treinta se constituyeron con plenos poderes como autoridad suprema. Ocurría que algunos de ellos eran parientes y conocidos míos y, en consecuencia, me invitaron al punto a colaborar en trabajos que, según ellos, me interesaban. Lo que me ocurrió no es de extrañar, dada mi juventud: yo creí que iban a gobernar la ciudad sacándola de un régimen injusto para llevarla a un sistema justo, de modo que puse una enorme atención en ver lo que podía conseguir. En realidad, lo que vi es que en poco tiempo hicieron parecer de oro al antiguo régimen; entre otras cosas, enviaron a mi querido y viejo amigo Sócrates, de quien no tendría ningún reparo en afirmar que fue el hombre más justo de su época, para que, acompañado de otras personas, detuviera a un ciudadano y lo condujera violentamente a su ejecución, con el fin evidente de hacerle cómplice de sus actividades criminales tanto si quería como si no. Pero Sócrates no obedeció y se arriesgó a toda clase de peligros antes que colaborar en sus iniquidades. Viendo, pues, como decía, todas estas cosas y aun otras de la misma gravedad, me indigné y me abstuve de las vergüenzas de aquella época. Poco tiempo después cayó el régimen de los Treinta con todo su sistema político. Y otra vez, aunque con más tranquilidad, me arrastró el deseo de dedicarme a la actividad política. Desde luego, también en aquella situación, por tratarse de una época turbulenta, ocurrían muchas cosas indignantes, y no es nada extraño que, en medio de una revolución, algunas personas se tomaran venganzas excesivas de sus enemigos. Sin embargo, los que entonces se repatriaron se comportaron con una gran moderación. Pero la casualidad quiso que algunos de los que ocupaban el poder hicieran comparecer ante el tribunal a nuestro amigo Sócrates, ya citado, y presentaran contra él la acusación más inicua y más inmerecida: en efecto, unos hicieron comparecer, acusado de impiedad, y otros condenaron y dieron muerte al hombre que un día se negó a colaborar en la detención ilegal de un amigo de los entonces desterrados, cuando ellos mismos sufrían la desgracia del exilio. Al observar yo estas cosas y ver a los hombres que llevaban la política, así como las leyes y las costumbres, cuanto más atentamente lo estudiaba y más iba avanzando en edad, tanto más difícil me parecía administrar bien los asuntos públicos. Por una parte, no me parecía que pudiera hacerlo sin la ayuda de amigos y colaboradores de confianza, y no era fácil encontrar a quienes lo fueran, ya que la ciudad ya no se regía según las costumbres y usos de nuestros antepasados, y era imposible adquirir otros nuevos con alguna facilidad. Por otra parte, tanto la letra de las leyes como las costumbres se iban corrompiendo hasta tal punto que yo, que al principio estaba lleno de un gran entusiasmo para trabajar en actividades públicas, al dirigir la mirada a la situación y ver que todo iba a la deriva por todas partes, acabé por marearme. Sin embargo, no dejaba de reflexionar sobre la posibilidad de mejorar la situación y, en consecuencia, todo el sistema político, pero sí dejé de esperar continuamente las ocasiones para actuar, y al final llegué a comprender que todos los Estados actuales están mal gobernados; pues su legislación casi no tiene remedio sin una reforma extraordinaria unida a felices circunstancias. Entonces me sentí obligado a reconocer, en alabanza de la filosofía verdadera, que sólo a partir de ella es posible distinguir lo que es justo, tanto en el terreno de la vida pública como en la privada. Por ello, no cesarán los males del género humano hasta que ocupen el poder los filósofos puros y auténticos o bien los que ejercen el poder en las ciudades, por algún especial favor divino, lleguen a ser filósofos verdaderos.
 

Anotaciones didácticas.

Añadimos a continuación de nuevo el texto de Platón con algunos elementos clave en negrita, a los que deberíamos prestar atención para una adecuada interpretación:

  • Antaño, cuando yo era joven, sentí lo mismo que les pasa a otros muchos. Tenía la idea de dedicarme a la política tan pronto como fuera dueño de mis actos, y las circunstancias en que se me presentaba la situación de mi país eran las siguientes: al ser acosado por muchos lados el régimen político entonces existente, se produjo una revolución; al frente de este cambio político se establecieron como jefes cincuenta y un hombres: once en la ciudad y diez en el pireo (unos y otros encargados de la administración pública en el ágora y en los asuntos municipales), mientras que treinta se constituyeron con plenos poderes como autoridad suprema. Ocurría que algunos de ellos eran parientes y conocidos míos y, en consecuencia, me invitaron al punto a colaborar en trabajos que, según ellos, me interesaban. Lo que me ocurrió no es de extrañar, dada mi juventud: yo creí que iban a gobernar la ciudad sacándola de un régimen injusto para llevarla a un sistema justo, de modo que puse una enorme atención en ver lo que podía conseguir. En realidad, lo que vi es que en poco tiempo hicieron parecer de oro al antiguo régimen; entre otras cosas, enviaron a mi querido y viejo amigo Sócrates, de quien no tendría ningún reparo en afirmar que fue el hombre más justo de su época, para que, acompañado de otras personas, detuviera a un ciudadano y lo condujera violentamente a su ejecución, con el fin evidente de hacerle cómplice de sus actividades criminales tanto si quería como si no. Pero Sócrates no obedeció y se arriesgó a toda clase de peligros antes que colaborar en sus iniquidades. Viendo, pues, como decía, todas estas cosas y aun otras de la misma gravedad, me indigné y me abstuve de las vergüenzas de aquella época. Poco tiempo después cayó el régimen de los Treinta con todo su sistema político. Y otra vez, aunque con más tranquilidad, me arrastró el deseo de dedicarme a la actividad política. Desde luego, también en aquella situación, por tratarse de una época turbulenta, ocurrían muchas cosas indignantes, y no es nada extraño que, en medio de una revolución, algunas personas se tomaran venganzas excesivas de sus enemigos. Sin embargo, los que entonces se repatriaron se comportaron con una gran moderación. Pero la casualidad quiso que algunos de los que ocupaban el poder hicieran comparecer ante el tribunal a nuestro amigo Sócrates, ya citado, y presentaran contra él la acusación más inicua y más inmerecida: en efecto, unos hicieron comparecer, acusado de impiedad, y otros condenaron y dieron muerte al hombre que un día se negó a colaborar en la detención ilegal de un amigo de los entonces desterrados, cuando ellos mismos sufrían la desgracia del exilio. Al observar yo estas cosas y ver a los hombres que llevaban la política, así como las leyes y las costumbres, cuanto más atentamente lo estudiaba y más iba avanzando en edad, tanto más difícil me parecía administrar bien los asuntos públicos. Por una parte, no me parecía que pudiera hacerlo sin la ayuda de amigos y colaboradores de confianza, y no era fácil encontrar a quienes lo fueran, ya que la ciudad ya no se regía según las costumbres y usos de nuestros antepasados, y era imposible adquirir otros nuevos con alguna facilidad. Por otra parte, tanto la letra de las leyes como las costumbres se iban corrompiendo hasta tal punto que yo, que al principio estaba lleno de un gran entusiasmo para trabajar en actividades públicas, al dirigir la mirada a la situación y ver que todo iba a la deriva por todas partes, acabé por marearme. Sin embargo, no dejaba de reflexionar sobre la posibilidad de mejorar la situación y, en consecuencia, todo el sistema político, pero sí dejé de esperar continuamente las ocasiones para actuar, y al final llegué a comprender que todos los Estados actuales están mal gobernados; pues su legislación casi no tiene remedio sin una reforma extraordinaria unida a felices circunstancias. Entonces me sentí obligado a reconocer, en alabanza de la filosofía verdadera, que sólo a partir de ella es posible distinguir lo que es justo, tanto en el terreno de la vida pública como en la privada. Por ello, no cesarán los males del género humano hasta que ocupen el poder los filósofos puros y auténticos o bien los que ejercen el poder en las ciudades, por algún especial favor divino, lleguen a ser filósofos verdaderos.